Carlos Martínez Escalona/ Usted, ¡aguántese!

AutorCarlos Martínez Escalona

La entrada del lugar tiene gruesos vidrios verdes (verdes por el espesor). Los pasillos suelen ser de mármol pulido. Limpios casi siempre. Relucientes las mesas de atención, se distribuyen por doquier. Los anaqueles de papeles lucen ordenados, matemáticamente puestos de tal manera que siempre haya material dispuesto. La gente sonríe cuando puede.

Un banco resulta una visión bastante depresiva de la realidad. Pero está allí y no hay más que habérsela con ella.

El mexicano sin duda alguna ha desarrollado una especie de virtud sin virtud que le lleva a heroicidades que cuesta imaginar.

El martes pasado, acompañado de un amigo, fuimos testigos -una vez más- de lo que supone la tortura de un banco. A pesar de que aquello tenga sala de recepción, edecanes, bancas y televisión, no puede dejar de ser un banco ni su operación como siempre.

Lo que hicimos fue una simple transacción: un retiro de dinero de una cantidad bastante baja. Tal vez lo suficiente para comprar dos pares de zapatos. Nuestro amable cajero nos atendió con la sonrisa de plástico de rutina. Llenó 100 veces con los mismos números la computadora, la máquina registradora y un papel. ¿Se ha preguntado usted alguna vez -si no trabaja en la caja de un banco- qué es lo que anotan ellos allí?

Pero esta vez las ideas que uno pueda tener de la forma de ser de nuestro pueblo, llegaron a límites insospechados, porque la realidad las superó con creces. Para primer plato: no había dinero en efectivo en la caja. ¿Lo creería usted? En un banco, a las once de la mañana, en un día entre semana, ya pasados los días de raya que no haya dinero en una caja que se supone que es lo que hace, resulta un tanto inverosímil.

Repentinamente, no sólo el cajero de la caja que nos atendía, sino las otras dos cajeras (de las 10 cajas "ordinarias" disponibles, claro) desaparecieron. Así, nada más. Desaparecieron. Huelga decir que en cada caja habíamos personas en "stand by" atónitos. Porque no es que le dijeran a uno: "Mire, me voy a desayunar aquí a los tacos de cabeza de la esquina y vuelvo en un ratito". No. Simplemente se fueron.

Después de casi media hora, de repente, apareció un engatusado señor de gris, con corbata gris, de color gris y con una sonrisa gris a "ver" el fax. "Oiga -me dirigí a él- ¿sabe usted qué le pasó a toda esta gente?" El tipo...

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