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Guadalajaras / Pascua florida

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Vincent
AutorGuillermo García Oropeza

Por alguna extraña razón, quizá porque se nos dé mejor lo trágico que lo glorioso, la Pascua, el Domingo y la semana que le sigue no está entre nuestras más ruidosas celebraciones colectivas. Sin negar su importancia litúrgica y teológica, como fiesta popular, como folklore, la Pascua queda detrás de la Semana Mayor o de la Navidad.

La Semana de Pascua fue tradicionalmente aquí para las vacaciones que se podían dar los privilegiados que tenían casa en la ribera chapálica o, mejor aún, bungalow en Manzanillo.

La Pascua, en el resto del mundo era, en cambio, fiesta mayor, a veces suprema.

Desde la Pascua original, la judía, sobreviviente de todos los exilios y dolores y que hoy, triunfante se celebra por todo el planeta donde alguna familia reviva el antiguo y hermoso ritual con su "Seder" que fija el orden de los catorce elementos (he consultado un preciado libro, "Essential Judaism") desde el "kiddush" en torno a un vaso de vino hasta la proclamación, por tantos siglos cargada de nostangia, del deseo de estar "el año próximo en Jerusalén".

"Seder" donde están presentes también el pan ázimo de profundo simbolismo, las hierbas amargas como la cautividad egipcia, y el huevo en cascarón, que con otro sentido reaparecerá en otras pascuas como la de Grecia o en la yanqui donde el huevo se torna en chocolate.

La Pascua judía, "Pesach", "Pesakh", "Passover", o como se diga, es celebración nocturna y familiar, cargada de un simbolismo que a los "goyim" como el que esto escribe se nos escapa aunque esa vieja celebración sea el origen de la nuestra. Y por nuestra digo la de todos los cristianos y no sólo a los sujetos al ritual romano.

Como la de aquellos griegos para quienes la Pascua tiene raíces inmemoriales en las festividades de la Primavera, en la muerta y resurrección de Dionisios, que eran la muerte y la resurrección de la planta, la tragedia y la catarsis. En la Grecia ortodoxa la alegría pascual explota en una...

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