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Juan García de Quevedo/ Santos y demonios

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Vincent
AutorJuan García de Quevedo

Hace meses apareció la noticia en la prensa norteamericana y europea: Sacerdotes homosexuales, y lo grave de verdad: sacerdotes que abusan sexualmente de menores.

Los católicos norteamericanos están sufriendo una verdadera crisis. La Iglesia norteamericana está en entredicho. El asunto más dramático es el ocultamiento y la protección que han tenido estos sacerdotes de las altas autoridades y que ha llegado a extremos escandalosos: cientos de miles de dólares ha invertido la Iglesia católica norteamericana para comprar silencios y así evitar el escándalo público y los tribunales.

Ahora se cuestiona todo: desde el celibato hasta la imposibilidad del sacerdocio para las mujeres. Lo cierto es que al principio del cristianismo los sacerdotes, Cardenales e incluso el Papa podían casarse. Al tiempo la Iglesia como estructura pensó que lo mejor era el celibato obligatorio, y a los sacerdotes les fue prohibido casarse. Si mal no recuerdo, al principio del catolicismo hubo Papas con hijos. Según muchos historiadores, la razón profunda del celibato fue económica: los dineros de la Iglesia. Siendo casados y con hijos, los dineros pasaban a manos de los hijos de los sacerdotes y la Iglesia dejaba de ganar grandes cantidades. Otros alegan que los primeros sacerdotes, los apóstoles, eran casados y que realmente no hay mandato de Jesús para establecer el celibato salvo el "deja todo cuanto tienes y sígueme". Y los que están por el celibato hablan de la imitación en todo y por todo de la vida de Jesús.

Lo cierto es que estos acontecimientos, los abusos de menores, están conmocionando a la Iglesia católica. La cuestión verdaderamente dolorosa e indignante es el ocultamiento y el millón de dólares que se utilizó para comprar silencios. Esto sí que es infame. Lo razonable y lo ético es que cualquier autoridad eclesiástica que conozca de un asunto de pedofilia lo primero y único que debe hacer es llevar al sacerdote culpable ante las autoridades judiciales. Porque...

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