Juan Villoro / Yo, Tláloc

AutorJuan Villoro

Los dioses disponemos de vida eterna, pero no siempre de empleo. Fui a buscar trabajo y los head hunters me dijeron: "Dios de la lluvia, descríbase usted mismo".

Hace muchas lunas yo procuraba la lluvia en el Valle de Anáhuac. Los hombres sacrificaban su sangre para que yo hiciera brotar el maíz. La nube y el trueno eran mis signos; la fertilidad, mi consecuencia.

Fui el dios de las cosas mojadas. Respondí a las plegarias con un manso derrame que cubrió el país en los idiomas del agua: estanques, ríos, canales, la laguna donde creció México-Tenochtitlan.

Hoy en día, los nuevos mexicanos atribuyen la lluvia al calentamiento global y comen el maíz transgénico que hacen traer del otro lado de la frontera, el territorio donde antes sólo vivía el águila calva. No es fácil ser un dios regional en tiempos globalizados.

En el año 2-Conejo los trabajos divinos se dividían en artesanías del cielo. Mictlantecutli se hacía cargo de la muerte, Huitzilopochtli de la guerra, Tezcatlipoca de la fatalidad humana. Competíamos con fiera entrega en favor de nuestras causas. Cada gota que di a los hombres fue robada a los dioses enemigos.

En un cielo anterior al tráfico aéreo, yo rompía los cántaros del agua. Los aviones limitaron los trabajos de la providencia al milagro de encontrar las maletas.

El monoteísmo me desplazó. Luego llegaron los marcos teóricos, los días de las causas generales, y se juzgó innecesario tener dioses de asuntos particulares. Mi jurisdicción divina había sido limitada. Fui Señor de la nube y el rocío.

La expansiva modernidad quiere un dios todoterreno. Tláloc, dueño de un solo elemento, perdió atractivo. Los caracoles dejaron de sonar para llamarme y pocos anhelaron el paraíso de Tlalocan, la lluviosa morada de quienes morían bajo mi custodia.

Repito mi predicamento: resulta difícil ser eterno y conservar el empleo. La crisis golpea con más fuerza a los dioses lejanos. Antes de que comenzara a caer la lluvia ácida, pasé a la prejubilación.

Mi pasado engrandeció los museos prehispánicos. Preso en el tiempo circular del mito, enfrenté el predicamento de un Dios con prestigio antiguo que sin embargo carece de presente.

Me ofrecieron participar en un programa de testigos protegidos para contar la verdadera historia de la patria. Me explicaron que los hombres han perdido la memoria de lo que aquí estuvo y se enteran de falsedades en Wikipedia. Dije lo que sabía y les pareció pesimista. Señalaron que en las campañas oficiales sólo se paga...

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