Adela en una noche

AutorMaría del Pilar Alvear

Le ordenaron que se pusiera aquí ("órdenes superiores, señora". Siempre decían señora cuando no querían discutir el tema). Y ahí estaba ella, una honorable estrella vieja y reumática, pidiéndole a todos los cielos (nunca mejor dicho) que la movieran de aquel horrible lugar. No era nada más que la tuvieran ahí paradita (gracias a Dios llevaba siempre bastón), sino que el sitio al que la habían encomendado era francamente horrible (y había que mirar a qué sitios horribles la habían enviado...). ¿Enojada? No, ella nunca se alteraba. Bueno, tal vez un poquito.

Adela, se dijo, sé sincera, estás furiosa con ellos. Admitámoslo, una dama puede hacer mucho blabla sobre la igualdad de las estrellas, sobre el asunto de no dejarse llevar por las apariencias, pero a la hora de la hora, ni una migaja de conmiseración para la vieja. Era muy mayor y le dolía el orgullo (entre otras muchas cosas).

"Adela, aquí tienes la ruta que seguirás durante 10 jornadas. El mapa es claro y fácil de seguir. Es una gran misión. Mucho ánimo. ¡La que sigueeee!". Tan, tan.

Así que, ahí estaba ella, deslizándose por el cielo, siguiendo la tal ruta que le habían marcado. Artrítica y todo, trató de hacerse oír. Un día, en la mañana, mientras le servían deliciosas viandas (las estrellas comen exquisitos platillos hechos a base de nube), alzó la voz para que toooodos la oyeran: "Es inaudita la manera en que la hacen trabajar a una. Veo, con profundo asombro, que muchas estrellas jóvenes no tienen tanto quehacer como el mío. Mi avanzada edad debiera traer consigo algunas ventajas, pero no. ¡Qué cielo, ni qué nada! De hecho, casi podría asegurar que tres señores me han seguido a lo largo de la ruta. ¡Y no estoy exagerando! Ahora que lo pienso, estoy cierta: tres exóticos hombres van en pos de mí. Y me molesta no saber exactamente cuáles son sus intenciones, además de que, todos saben que no soy racista, pero su aspecto deja mucho que desear: no parece honorable".

Habló en voz alta, como si se dirigiera al suculento foiegras de nube que estaba terminando de degustar. Las viejas siempre podían darse algunos lujos, pensaba Adela, y después excusar su comportamiento como cosas de la edad. Se quedó bastante complacida con su proceder. ¡Lo que una dama debía realizar para hacerse respetar! ¡Qué tiempos, Señor! El silencio reinó en torno a ella. Casi podía tocar la conmiseración de que era objeto. Y esto la enojó aun más. Mudo se quedó el cielo. Y ella, lo menos cabizbaja posible, echó a...

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