Agenda Ciudadana/ La Revolución vista desde el 2000

AutorLorenzo Meyer

Segunda parte

Continuación

En la entrega anterior se partió del supuesto -que no por evidente deja de ser importante- de que al pasado siempre lo vemos, interrogamos y juzgamos desde los prejuicios, problemas, intereses, temores y esperanzas del aquí y del hoy. Desde el horizonte abierto por el esfuerzo democrático del 2000, y tras haber examinado la semana pasada las razones y resultados de la primera etapa de la revolución de 1910 y de las dos figuras claves de esa etapa: Porfirio Díaz y Francisco I. Madero, ¿cómo interpretar los hechos y personajes que protagonizaron el terrible conflicto que desató el magnicidio de febrero de 1913 -el asesinato del Presidente Madero- y que concluyó siete años más tarde, pero no sin antes provocar otro magnicidio: el del Presidente Carranza en la serranía de Puebla en 1920?

El militarismo

El General golpista chileno Augusto Pinochet quizá no se haya enterado de que en México tuvo un antecesor: el General de División Victoriano Huerta. En efecto, 60 años antes del golpe militar que tuvo lugar en Santiago de Chile en 1973, en la Ciudad de México un militar profesional también traicionó a un Presidente democráticamente electo, pero bajo asedio desde los dos extremos del espectro político. Tras eliminar a Madero en febrero de 1913 mediante el asesinato, el General Huerta se propuso resolver, desde la derecha y por la vía simplista y cruel de la mano militar, el enorme problema de una sociedad movilizada y polarizada.

Con Huerta el Gobierno en su conjunto, desde el Gabinete hasta el último departamento, se organizó con una lógica militar y también esa parte de la sociedad susceptible de ser incorporada al esquema y a la movilización contra los revolucionarios, como fueron los ferrocarrileros, los estudiantes universitarios, los trabajadores fabriles, etcétera. A la obediencia democrática a la ley se le sustituyó por la fuerza e incluso por el terror; el Secretario de Gobernación en 1913, el doctor Aureliano Urrutia, personificó ese último y terrible aspecto del régimen.

La guerra contra los que no se sometieron al orden militar fue a muerte, sin respetar nada ni a nadie, salvo a los intereses de las grandes potencias. La relación entre la Iglesia católica y el Partido Católico y el Gobierno militar fue estrecha -y natural-, como también lo fue la colaboración entre ese Gobierno y un grupo de destacados intelectuales atraídos por el llamado del poder autoritario: Carlos Pereyra, Federico Gamboa, Jorge Vera Estañol, Alberto García Granados, Nemesio García Naranjo, Toribio Esquivel Obregón, José López Portillo y Rojas, Querido Moheno, Rodolfo Reyes, etcétera. Inevitablemente, la corrupción aumentó de...

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