José Agustín / Alfred Hitchcock, el hombre que sabía demasiado

AutorJosé Agustín

En los últimos tiempos he estado comprando DVDs de Alfred Hitchcock. Ya me hice de algunos fundamentales: Vértigo, Los Pájaros, Psicosis, Intriga Internacional y En Manos del Destino, entre otros no menos disfrutables como La Ventana Indiscreta, Extraños en un Tren, Saboteador y La Sombra de una Duda.

Yo empecé a ver películas de Hitchcock desde muy chavito, pero me hundí en Los Misterios Insondables de su Gran Arte Cinematográfico con Vértigo, antes llamada De Entre los Muertos (título de la novela de Pierre Boileau que adaptó sir Alfred), desde que asistí a su estreno en el cine Chapultepec, 1958, cuando yo tenía 14 años. Por esas fechas varias películas noqueadoras me influyeron para toda la vida (Rocco y sus Hermanos, La Dulce Vida, Sin Aliento, Los 400 Golpes, Los Olvidados, El Séptimo Sello, Los Siete Samurais), pero Vértigo era Algo Muy Aparte. Me pegó con clavos de nueve pulgadas y me impactó hasta lo más profundo, algo que sólo me ocurrió, en esos niveles, con las novelas "Tierna Es la Noche" y "Lolita", que releí incontables veces en mi adolescencia. También vi Vértigo lo más que pude, porque durante años no se volvió a exhibir.

Esta magistral película, para mí la número uno de la cinematografía de todos los tiempos, me fascina por todos lados. El guión y la realización son perfectos desde el impactante y rápido principio en el que James Stewart, Scottie en la película, adquiere el terror a las alturas. Las escenas que establecen la trama se toman su tiempo y resultan dramáticas e inquietantes a través de suavidad y delicadeza. Después, las secuencias silenciosas, circulares, hipnóticas, cuando Scottie sigue a Kim Novak, o Madeleine, tejen el ingenioso acertijo de la historia, ¿es posible que el espíritu de una mujer que se suicidó por amor posesione a otra, completamente distinta, 100 años después, y la haga matarse también? La atmósfera del misterio que entrañan la vida y la muerte conforma toda la primera parte, y tiene un dulce, inquietante, clímax entre los árboles milenarios y la bahía de San Francisco, que precede la aparente muerte de Madeleine en el campanario sin que Scottie pueda salvarla por su terror a las alturas. San Francisco, por cierto, adquiere rango de gran personaje en Vértigo.

Hasta ahí ya se tiene una película magistral. Pero aún falta la segunda parte, en la que todo cambia; el ritmo se hace tan intenso como la ansiedad de James Stewart al tratar de recuperar a la mujer fantasmagórica que amó y que de nuevo...

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