Alberto García Ruvalcaba / Ruido, tortura y corrupción municipal

AutorAlberto García Ruvalcaba

Hace 26 años el Ayuntamiento de Guadalajara permitió a nuestro vecino poner un salón de eventos en su terraza. Los decibeles de sus fiestas convirtieron mi barrio en una franquicia precursora de los separos para martirios sonoros de la prisión de Guantánamo. Dos años antes los estadounidenses habían confirmado que la música puede ser un método de tortura. Unas bocinas potentes y las tersas polifonías de Alice Cooper y AC/DC persuadieron al General Noriega de salir de su refugio, la misión diplomática del Vaticano en Panamá, y entregarse dócilmente a sus torturadores norteamericanos.

El ruido es un arma poderosa. La leyenda dice que las murallas de Jericó cayeron con el clamor de las trompetas israelitas, y que los davidianos de Waco, Texas, enloquecieron luego de que el FBI les propinó una dosis de ruido intolerable. Con la suficiente potencia el sonido es capaz de abrir fisuras en el aparato psíquico de sus víctimas, y cuando esos decibeles además las privan del sueño los efectos son devastadores. Según un estudio neurológico reciente la privación del sueño por 24 horas produce síntomas parecidos a la psicosis: percepciones distorsionadas, desorganización cognitiva, anhedonia.

Muchos gobiernos han desfilado desde aquel 1991 en que fuimos torturados con la autorización del Ayuntamiento, pero ninguno ha tenido entre sus prioridades resolver el problema de la contaminación auditiva. La tortura civil de infligir ruido y privar de sueño ha sido tolerada y hasta autorizada por administraciones priistas, panistas y, ahora, movociudadanas. Es cierto, se han promulgado leyes, reglamentos y normas para controlar la contaminación sonora, pero todas son letra muerta sin la voluntad política de aplicarlas. Los sistemas de inspección e infracción de los Municipios son tan burocráticos, lentos e ineficientes que lejos de inhibir la violación del derecho a no ser torturado, parecen proteger el derecho de los torturadores a martirizar a sus víctimas. Los inspectores de reglamentos municipales -esa fauna esquiva y taimada- medran en ese enrarecido...

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