Alberto García Ruvalcaba / Tedium vitae

AutorAlberto García Ruvalcaba

Nuestra era, dijo Moisés Mori, persigue la salud, pero cree en la realidad enfermiza, respeta aquellas verdades que brotan de la aflicción.

Hay una larga tradición de pensamiento que atribuye a la desgracia un carácter didáctico. Dostoyevski decía que es necesario conocer el dolor para conocer el mundo, y Oscar Wilde que el dolor es la emoción humana más profunda. El poeta maldito Baudelaire, más a propósito de la pandemia, acuñaba la absurda frase de que al respirar desciende la muerte a los pulmones. En ese mismo sentido, y para cerrar este párrafo citomaniaco, Cioran se preguntaba, retórico, ¿por qué no tienes la fuerza de sustraerte a la obligación de respirar? Una libertad que nos gustaría poseer estas semanas.

Es fácil resistirse a esta tradición de lóbregos psicólogos en ciernes. Con buen juicio el mundo se aleja de las afectaciones del sufrimiento y sus supuestos beneficios de sabiduría. Conviene, por otra parte, acercarse a las potenciales virtudes del tedio. Hace 15 años unos amigos y yo fundamos la revista de libros Tedium Vitae, que buscaba dar buena prensa al tedio. Pensábamos que al tiempo convulsionado, el de los apremios de la sobrevivencia y las compulsiones de la abundancia, podíamos oponer los valores de la introspección.

Intentamos, pues, una apología del tedio en estos términos. Tras la corriente del tiempo acecha el hastío. Nos ocupamos y preocupamos por el temor a quedarnos quietos. La inacción, nuestro estado natural, es, paradójicamente, un estado contra natura. De todas las criaturas sólo el hombre es incapaz de soportar la monotonía. El hombre se agita, se mueve, porque huye del tormento de la inmovilidad, del vacío de la contemplación, del "horror vacui". La exaltación, claramente un signo oprobioso de nuestra época, es quizás la forma más rústica de esta evasión. Pero como todo lo que trata de evitarse termina por precipitarse, luego del frenesí de la acción, el hombre acaba por sucumbir al marasmo, al sopor, al entumecimiento. Inexorablemente se topa con el tedio de la vida.

Pensábamos que las reacciones frente al tedio variaban...

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