Hasta alcanzar la gran nube

AutorPatricia Miranda

Fotos: Patricia Miranda

Enviada

ISLA NORTE, Nueva Zelandia.- Apenas pisó esta tierra y ya estaba otra vez en el aire. Amarrada de una cuerda elástica a sus tobillos, como pudo se acercó al filo de una plataforma volada a 47 metros. Levantó los brazos, respiró profundo y saltó hasta tocar las aguas del río Waikato.

Desde que se enteró que iría a la cuna del bungy jumping, Sara supo que se lanzaría al vacío. Lo que no sospechó es que éste no sería su único brinco.

Vaya que es necesario tener un corazón fuerte para visitar Aotearoa o "El País de la Gran Nube Blanca", como llamaron los maoríes a Nueva Zelandia.

Porque, más allá de las actividades extremas, hay otras que no por cotidianas son menos intensas. Tarde o temprano la catarsis aparece. Hay a quienes les da por tatuarse, aprender una danza maorí, jugar rugby o compartir un Sauvignon Blanc con los lugareños: los famosos kiwis. Ellos que, además de amabilísimos -sí, en superlativo-, son tan nocturnos como el ave endémica con la cual comparten nombre.

El corazón del Norte

Hay que tener mucha suerte para terminar este camino. El clima cambia abruptamente y no son pocos quienes tienen que desandar los pasos, incluso cuando apenas se ha iniciado el recorrido.

Considerado por los neozelandeses como la mejor caminata de su país, y clasificado como uno de los 10 paseos que todo senderista debe hacer, el Tongariro Alpine Crossing discurre a lo largo de 19.4 kilómetros dentro del Parque Nacional de Tongariro.

Para hacerlo hay que contar con ocho horas libres, buena pierna, mejor espíritu, unas botas amansadas y una abastecida mochila.

La aventura comienza a las ocho de la mañana: hace frío en el Valle de Mangatepopo. Tras una hora y media de recorrido, y a mil 400 metros sobre el nivel del mar, aparece un intimidatorio cartel que invita a los caminantes a fijarse en el clima, la altura y su condición física antes de seguir. Dos compañeras titubean, pero el equipo las alienta.

El ascenso continúa hacia el Cráter Sur y las chamarras que minutos antes cubrían espaldas tiritantes ahora abrazan adoloridas caderas. A lo lejos, algunas formaciones de lava volcánica se confunden con las siluetas de otros caminantes. Los corazones se aceleran, un poco por la subida y otro mucho porque aparece un paisaje como de otro planeta.

De pronto, el paseo deviene safari fotográfico. Por un lado destaca el valle cenizo y, por el otro, el Cráter R ojo. Es el cenit del camino, a mil 886 metros de altura.

¿Cómo es...

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