Desde mi Ladera/ Alma española pero universal

AutorJuan López

"Por convicción y temperamento soy opuesto al arte egoísta. Hay que trabajar, simplemente, para los demás: sin vanas ni orgullosas intenciones. Sólo así cumplirá el músico su noble y bella misión social. La música es el arte más joven; no hacemos sino comenzar".

He aquí una declaración de principios y, lo que es mejor, una resumida norma estética en que se apoyará siempre Manuel de Falla, la figura más universal en la música española del Siglo 20 y también la de mayor significación, como punto de partida para la creación de una escuela contemporánea hispana.

Nace en Cádiz el 23 de noviembre de 1876; muere en Alta Gracia, provincia de Córdoba, Argentina, el 14 de noviembre de 1946.

Cerca de setenta años de actividad, de inquietud y vigilia espirituales.

A lo largo de ellos, una producción más ejemplar que fecunda, más lograda que nutrida.

Cualidad peculiar en De Falla: proporción impresionante -casi del ciento por ciento- de obras felices entre las escritas. Caso único, sorprendente, cuya justificación ha de buscarse en la autoexigencia, el rigor personal, que, de una parte, difiere entregas; de otra permite que las realizadas lo sean en las debidas condiciones.

Don Manuel, alto el cráneo, menudo el cuerpo, magro el rostro, centelleante la mirada, comido por su propio y vibrante amor de ideales, sin un átomo de grasa, tímido el ademán, la voz infantil, se ofrece como el Patriarca que, por tantas causas, habría de considerarse modelo.

La religiosidad profunda, el cariño inalterable a la tierra que le vio nacer y la que tantos años le dio cobijo, se unen al que siente hacia la única mujer de su vida, María del Carmen, la hermana que todo lo fue para él: confidente, amiga, enfermera...

Impresiona pensar en el fervor del hombre, en su completa voluntad del homenaje a la divinidad, que llega también a ser el mejor impulso para el trabajo: cumplir la misión para la que fue traído al mundo.

Abundan las anécdotas, que nos retratan a De Falla preocupado por este aspecto: desde aquella en que reacciona con desusada viveza cuando alguien rectifica sus propósitos, de que el Orfeón que haya de cantar Atlántida se arrodille.

Son pretextos de que el pasaje es difícil, para advertir, que mientras suena la voz de Dios nadie puede estar de pie, hasta la de significación categórica, símbolo, más que anécdota, de reclamar para su lápida, con la exclusiva inscripción del nombre y las fechas de nacimiento y muerte, una simple frase: "Sólo a Dios el honor y la gloria".

No codicia la gloria

Conviene estudiar, siquiera con brevedad, la evolución de Falla y sus normas fijas en música.

De Falla era un artista culto, seguro y conocedor, ecléctico: capaz de extasiarse con Tomás Luis de Victoria y admirar la gracia de Federico Chueca; arrebatarse con la "locura cromática" del Tristán y paladear las delicadezas de los impresionistas que "enseñaron -habla de Debussy y de Ravel- a...

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