Aquella Perla... / Así ofrecían su servicio en GDL

AutorAlberto Gómez Barbosa

Transitaba por media calle, pastoreando a sus asociadas, el vendedor de la leche de burra. Las propiedades curativas de aquel líquido -al menos eso se afirmaba entonces- llegaban hasta la curación de la tuberculosis, enfermedad sin alivio antes de los antibióticos; por ello, quienes padecían de tos persistente, niños éticos, personas con flaquezas físicas notorias, eran asiduos clientes.

Con voz fuerte y ronca gritaba aquel señor su producto o más bien, el producto que proporcionaban las burritas. Salían los compradores jarro en mano y eran preguntados de cuál de las asnas deseaban la leche, pues he de consignar que a cada jumenta le había nombre y de las actrices del cine; así, preguntaba el vendedor: "¿quiere la leche de la María Félix o de la Dolores del Río?".

Una escala musical cortita y "de ida y vuelta" informaba al vecindario que estaba presente el afilador. Al oír la musiquilla de la ocarina, las muchachas solteras sacudían sus faldas, para disipar el maleficio de la soltería perpetua que las amenazaba si al escuchar la llamada del afilador no seguían el ritual descrito.

Siempre había tijeras o cuchillos que afilar. Duraban muchos años pues eran de acero de buena calidad, famosos los del "Arbolito" y del "Barrilito" y en general los que venían de Solingen, población alemana famosa por su cuchillería y sus tijeras.

Eran caras, pero muy duraderas, no desechables como las chinas de plástico y lámina que abundan hoy, por lo que se mantenían afiladas dando trabajo al señor que recorría la ciudad con una especie de tripie con rueda para transportarlo con facilidad, al cual daba vuelta para situar la piedra de afilar a la que hacía girar mediante un pedal; al acercar el cuchillo o tijera a la piedra, saltaba un abanico de chispas que resultaba llamativo.

Otros se transportaban en...

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