Con el arte en la sangre

AutorJuan Carlos Sagredo

Autodidacta, el pintor tapatío Ismael Vargas (1947) cumple 55 años de carrera profesional en 2014.

Con más de medio centenar de exposiciones individuales y colectivas en museos y galerías de México, Panamá, EU, Japón o España, Vargas hace un alto para recordar sus días de infancia cuando, asegura, tenía ya la firme convicción de ser un artista.

Amante de la tauromaquia, a los seis años de edad, el también escultor, consiguió tener su propio capote y asistir a clases de toreo en la "Nuevo Progreso".

Su padre, un fabricante de jabón de hiel de toro, llevaba religiosamente al pequeño a admirar las corridas, para luego bajar al destazadero por la secreción del bovino.

"Todo aquello me fascinaba, entonces me hicieron mi capa y me llevaban todas las mañanas a entrenar", recuerda.

"Hasta que una vez que estuve cerca de una novillada me dije 'no, no soy capaz de ponérmeles enfrente' y ahí les dejé su capa".

Criado en una vecindad del rumbo del Alacrán, cerca del antiguo barrio de San Juan de Dios, Vargas asegura no haber tenido jamás acercamiento alguno con el arte que no fuera la radio de onda corta de su padre.

Por las noches lograba sintonizar estaciones extranjeras a través de las cuales aprendió también a amar la ópera.

"Soñaba con ser cantante de ópera, pero no pude cantar ni rancheras", dice.

"Fue entonces cuando cayó en mis manos una cajita de cerillos Clásicos de Lujo. La Central que traía en el anverso la imagen de la 'Gioconda'. Cuando mi papá me dijo que había sido pintada a mano me volví loco".

Entonces se volvió coleccionista de las cajitas y un fiel reproductor a lápiz de cada una de las obras...

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