#AsiLoVeo

DOLORES DÍAZ

En 1967, Henri Lefebvre planteó su concepción del Derecho a la Ciudad como esa garantía en donde los habitantes tenemos libre acceso a la construcción y apropiación de espacios al margen de la enajenación capitalista, es decir, cercana a un urbanismo más democrático en el que las clases más necesitadas incidan y accedan a las decisiones sobre sus espacios de vivienda e interacción social.

Años más tarde, se replantearía el enfoque señalando una ciudadanía más activa e insurgente que influya en la gestión de la política urbana (David Harvey) o donde la lucha por un acceso justo y equitativo a los espacios públicos se plantee desde las posibilidades culturales, simbólicas y sociales en la construcción social del espacio.

Lo cierto es que hoy, tanto, sociólogos, politólogos, académicos y gestores culturales, concidimos en que la transformación de la polis deberá ser desde la educación y la cultura o no será. Es decir, la ciudad vista como un espacio de interacción más equitativo, más democrático, más participativo y equilibrado en la distribución de poder.

En este sentido, precisamente, hace poco presencié un discurso de graduación de bachilleres, en el que el padrino de generación, el abogado Juan Carlos Guerrero, comentó que la colectividad se sobrepone a lo individual, destacando la importancia de crear conciencia de quiénes nos antecedieron, además de valorar el poder de la cultura como un agente de cambio tangible, justo porque no es inmediato, ya que se genera desde una base axiológica: la conciencia de una red universitaria, a través de la comunidad.

Basta asomarnos al...

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