Carlos Fuentes / Las víctimas de esta guerra

AutorCarlos Fuentes

Ortega y Gasset fue maestro de mi generación latinoamericana y mexicana, de las dos anteriores a nosotros y de las dos que nos han seguido.

Semejante continuidad de la enseñanza orteguiana se debe a muchos factores. En primer término, la claridad de las ideas y la felicidad de la frase. Y algo más: la capacidad coloquial de Ortega para mantenerse en contacto con el público, sin disminuir en un ápice la profundidad de un pensamiento que anhelaba convertir la mera necesidad en cultura.

¿Cómo? Para Ortega, se trataba de hacer partícipe de la cultura a todo un público y hacerle entender que la actualidad -el periodismo- es expresión del presente pero necesariamente contiene la memoria del pasado y la proyección del porvenir.

Denunció Ortega la perversidad -lo cito-de "toda ética que ordene la reclusión permanente de nuestro albedrío dentro de un sistema cerrado de valoraciones". De allí su extraordinario esfuerzo por definir a España con medidas más allá de las fronteras peninsulares. Y no se trataba de renunciar a las raíces. Todo lo contrario. Ortega quería llevar la periferia al centro y hacer centrales todas las periferias.

No hicieron otra cosa, contemporáneamente a Ortega, Alfonso Reyes en México: "Seamos generosamente universales a fin de ser provechosamente nacionales" - o Gilberto Freyre en Brasil: "Presentémosle su pasado a nuestro pueblo a fin de otorgarle su valor universal".

Todos estos escritores tomaron la totalidad de la cultura y la hicieron suya -es decir, nuestra.

Lo hicieron mediante la palabra. Y en este punto debo añadir, a la distinción de hablaros hoy desde este sitio, la honra de suceder en tan grata obligación a un filósofo tan inmenso como Emilio Lledó.

La devoción apasionada de Lledó a la palabra queda demostrada en su relación verdaderamente amorosa con el verbo de Miguel de Cervantes y San Juan de la Cruz. Para Lledó, el compromiso del lenguaje -lo cito- "no es más que el deseo y la práctica de que el lenguaje que somos, la voz que emitimos, las ideas en las que nos apoyamos... pueden identificarse... con lo que hacemos".

Si etimológicamente la palabra "historiador" significa el testigo, el que ve lo que pasó, ¿no conviene soberanamente esta raíz del nombre a quienes hoy, más que nadie, ven, atestiguan y relatan: los periodistas?

Ejercer el periodismo es una forma de ejercer la libertad social: el periodista es factor indispensable para que los hombres y las mujeres, bien informados, actúen política, social y personalmente para mejorar su entorno.

Los despotismos políticos, en cambio, despojan a las personas de esa libertad de acción y del doble derecho a informar y ser informados, mediante la destrucción, si ello es necesario, del entorno mismo de la vida.

Este es el terrible dilema que hoy confrontamos todos, como escritores, como periodistas, como ciudadanos, como personas: cómo defender esa parte esencial de la libertad que es no sólo la libertad de información, sino el derecho a la información.

De este doble derecho son privados, consuetudinariamente, los ciudadanos de 43 países, catalogados por Reporteros sin Fronteras donde más de un centenar de periodistas siguen en prisión y, a lo largo del año pasado -cito a Fernando Castelló- 25 periodistas fueron asesinados, 692 detenidos, mil 420 sufrieron amenazas de muerte y 389 medios de comunicación fueron sometidos a censura.

En nuestra propia América Latina, lamentablemente, es Cuba el país que tiene encarcelados a uno de cada cuatro periodistas privados de libertad en el mundo.

La más reciente redada totalitaria de Fidel Castro -78 disidentes condenados a un total de 2 mil años de prisión- incluye a escritores y periodistas libres como Raúl Rivero...

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