Carlos Vázquez Segura / Arenques y tiburones

AutorCarlos Vázquez Segura

Viendo el video de un tiburón que nada -hambriento- entre miles de peces sin poder atrapar a ninguno, recordé que la paz no es gratuita, que ha de construirse entre sus enemigos, que debe ser la obra maestra del desarrollo humano y la corona de nuestra inteligencia. Sin embargo, otros datos indican que esa utopía está siendo vencida por la desesperanza; por más que pregonamos que la paz es el camino, el destino y los tenis.

Grandes universidades e instituciones civiles y gubernamentales del mundo estudian y promueven la cultura de paz, buscando cimentar las columnas de una sociedad humanitaria y justa. A pesar de ello, los ciudadanos comunes nos sentimos cada vez más indefensos ante la agresividad criminal que anda suelta -como bestia rabiosa- por las calles. Sobrellevamos la vida mirando siempre sobre el hombro, sabiendo que el odio extremo o la delincuencia brutal podrían hacerse presentes justo ahí: donde pasamos por casualidad. Inermes, no nos queda más remedio que nadar como arenques en el seno de un cardumen en el que, entre mayor sea el número de peces, menor será la probabilidad de que nos toque el hocico del tiburón.

Pero la multitud no brinda suficiente refugio. Escuchar un tiroteo cercano o enterarnos de los infames delitos que suceden a nuestro alrededor nos obliga a sospechar de todo aquel desconocido, generando ese árido ambiente de desconfianza que nos incomunica aún más y nos aísla, justo cuando el tiburón está cerca, para agradecerlo. Quedamos en manos de la casualidad, bajo las heladas fauces del descontrol. En estas condiciones: ¿cómo vivir en paz? ¿Dónde escondernos de la avaricia desalmada y de la crueldad despiadada de tantos criminales que se camuflan entre nosotros?

Desde la edad de las cavernas, siempre ha sido probable que nos salte una fiera encima. Siempre ha habido piratas, invasores y criminales que no respetan la vida, porque nada entienden del valor de ésta. Hemos aprendido a golpes que colgar la existencia de los delgados hilos del destino es cada vez más peligroso e inevitable.

No podemos creer que las autoridades nos protegerán de los desalmados cárteles, bandas y delincuentes que acechan; pero tampoco podemos seguir jugando a la ruleta rusa cada vez que salimos a esos espacios públicos que algún día fueron nuestros. No es posible que asomar la cabeza a la calle o ir a comer a un centro comercial sean actividades de alto riesgo. ¿Dónde nos robaron el derecho al libre tránsito y las demás garantías que...

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