Carlos Vázquez Segura / Crimen y crayolas

AutorCarlos Vázquez Segura

¿En qué momento, para Juan, se cayeron en pedazos las columnas que sostenían el significado de las cosas, el valor de la vida y todo aquello por lo que vale la pena creer en la humanidad? ¿Cómo se desintegró el umbral de su consciencia cuando se atrevió a jalar el gatillo, perforando su alma al arrebatarle la vida a alguien más?

¿Qué tanto tuvo que pasar, acumularse o no suceder, para llegar al punto en que -para él- ya nada tuviera sentido y todo apestara brutalmente a hastío? ¿Qué habrá sufrido Juan para haberse entregado a sí mismo -sin boleta de empeño a cambio- en el monte sin piedad de la delincuencia, donde todo tiene un precio, aunque nadie importe, nada valga y todo sea pasajero?

¿Al fondo de qué tantas grietas de desencanto resbaló este muchacho, que pocos años antes trazaba con la crayola de los sueños, brillantes proyectos para llegar a ser, a merecer, a alcanzar, a conocer, a conquistar, a viajar y descubrir, a cuidar, construir, curar y amar? ¿Cómo se dejó empujar a los filos de tal abismo, el entonces buen Juan, quien hoy deambula sembrando miedo en los oscuros terrenos de la delincuencia, con la mente blindada de rencor y las manos manchadas de sangre? ¿Cuándo lo engañaron tan profundamente? ¿Cómo lo convencieron de que el dolor causado a otros -y el crimen mismo- se justifican en la sensación de empoderamiento autodestructivo que arrasa con todo a su paso?

¿Qué cosa le hizo falta -o qué le sobró- a aquel delgado Juan, amo del balón callejero a los diez años, para que de repente borroneara de su cuaderno interior los acuerdos respecto al futuro que los pequeños amigos se hacen con absoluta seriedad en la intimidad ritual que brindan las altas ramas de los árboles? ¿Qué le haría preferir el camino criminal, por el que ni la vida misma vale una pelota?

¿Cuán profunda habrá sido la herida que -quizá sin saberlo- le causó la ceguera apresurada de la sociedad? Daño que -evidentemente- Juan no ha podido superar, al grado de alejarse de los valores que, por acción u omisión, le enseñaron quienes lo amaron -con todo- a su manera. Todo lo dejó, a cambio de la fácil -y efímera- fortuna que le ofrecieron los grandes malandrines, con quienes llegó, después de irle subiendo el tono de su atrevimiento delictivo.

Juan...

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