Carlos Vázquez Segura / Del odio al amor

AutorCarlos Vázquez Segura

¿Aqué distancia debe caer el filo que nos partiría en dos? ¿Quién se atrevería a marcar la línea entre correctos y equivocados, entre conservadores y liberales o entre dignos y parias? ¿Con qué autoridad se juzgaría?

¿Qué tan flexible debe ser la idea de "lo bueno" como para defenderla -a capa y espada- de las distintas formas que ella misma podría asumir? Si el sol siempre se mueve: ¿cómo acordar la medida de las sombras? y, aunque el mundo sea redondo: ¿a quién le molesta que otro se aferre a que su parcela es plana?

Muchos creen que entre dos extremos antagónicos, como serían el odio y el amor, hay solo una escueta línea divisoria, tan fugaz como un paso o tan delgada como el beso del hacha con que podríamos remarcarla. Si así fuera: ¿cómo justificaríamos la gama de grises entre lo blanco y lo negro? ¿Cómo explicaríamos las delicias paulatinas de la conquista amorosa? En definitiva, entre el odio y el amor, como entre cualquier otro par de contrarios, no hay solo un paso o una línea de por medio, sino un amplio trecho a descifrar.

Se contradicen quienes consideran que, fuera del ámbito de su punto de vista, solo existen: la ignorancia y el fanatismo. El derecho a pensar libremente les cae como piedra en la cabeza, aunque es sencillo tirar hachazos desde cualquiera de los lados. Es tan fácil como irresponsable cuando no se ha andado -a pies descalzos- por las tierras medias en las que no nos alcanza a tocar el fuego de alguno de los extremos que arden en llamas.

Dividir desde la intolerancia es cerrarle la puerta a la verdad, ya que ésta solo puede existir completa. Lo que más aleja entre sí a las posiciones opuestas, a veces no son las legítimas diferencias, sino la coincidencia en la intención de dividir.

Tal vez aquellos, los de la visión distinta y la estrategia contraria, buscan lo mismo que nosotros, pero no lo saben, y nosotros tampoco. Con frecuencia el problema que enoja a la contraparte es precisamente el que también nos atormenta; sin embargo, nos culpamos mutuamente por él. Desde la perspectiva del contrario, la puerta de salida ante el mismo problema suele ser distinta a la que se ve entreabierta desde cualquiera que sea nuestra posición.

"El otro" está mal, es un fanático aferrado, cerrado e incapaz de ver lo que estando "acá" se mira tan claramente. Así, desde...

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