El Charro Negro/ Los cabitos

AutorGermán Dehesa

Es muy consolador saber que siempre que causamos alguna mala impresión nos queda la oportunidad de causar una peor. Espero que no sea el caso actual. Allá por 1994 narré, con una cierta dosis de leche Lala, mis fragorosas experiencias como conscripto. Creo recordar que el pachanguero artículo se titulaba "Chiricuto" y me granjeó múltiples y cordialísimas mentadas de madre de varios milites de distintas graduaciones. Espero resarcirlos con estas líneas, pero cabe también la ya señalada posibilidad de quedar peor.

En general, mi relación con el personal castrense ha sido buena y a veces excelente. Mi siempre recordada tía Queta tuvo una belicosísima vida conyugal con el General Brigadier Raúl Fernández Robert (a) "El Foch", gloria del basquetbol nacional y azote de la Colonia Nápoles. Con cierta frecuencia, mi rudísimo tío invitaba a sus sobrinos a jugar tochito y, de vez en cuando, a pesar de sus ostensibles marrullerías, lográbamos ganarle. Con esto bastaba para que nos declarara en arresto inmediato: "Porque a un superior que además obtuvo medalla de bronce en la Olimpiada de Londres no le va a ganar una bola de escuincles raquíticos, chamagosos y sin el menor sentido táctico." Dicho esto, le zumbaba dos o tres cuerazos a sus hijos y a sus sobrinos nos decía: "Para que aprendan, mocosos, les voy a contar de la Olimpiada en Londres". Yo alzaba la mano y hacía oír mi tenue voz civil: tío, lo de Londres nos lo has contado como mil veces; preferimos que nos pegues. Ese era el lado oscuro de mi tío; en su lado brillante fue amable y generoso. Gracias a él y a otros contactos militares que había en la familia, mi madre fue atendida en múltiples ocasiones en el Hospital Militar...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR