La Ciudad, una tortura

AutorFernanda Carapia

No es difícil, es una tortura.

Desplazarse por la Ciudad sin el sentido de la vista es una trampa mortal: banquetas rotas, rejas abiertas, carros invadiendo las aceras, tubos, postes y hasta perros se convierten en un enemigo de las personas ciegas.

Todos los días, Bernardo Álvarez se juega un volado con la muerte. Atravesar la Avenida Juan Gil Preciado, al cruce con Ángel Leaño, es de alto riesgo.

Los tiempos en los semáforos no dan margen para que los peatones atraviesen de manera segura, por lo que deben correr al ver la proximidad de los vehículos, incluyendo camiones y tráileres; pero cuando la vista falla, el peligro aumenta.

No hay señales auditivas que ayuden a que Bernardo sepa que es seguro cruzar; tiene que esperar a que alguien lo ayude.

Por fin, un señor lo llevará del otro lado, pero deben zigzaguear entre carros que no respetan la zona peatonal y, en los carriles centrales, acelerar el paso y están atentos, pues hay quienes, para ganarle a la luz ámbar, pisan el acelerador sin importar nada.

Ya del otro lado, con bastón en mano, inicia su camino, pero las dificultades continúan: una acera irregular o destruida por raíces de árboles, rejas abiertas, basura y...

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