Claudia Ruiz Arriola / ¿Tendrá sexo el corazón?

AutorClaudia Ruiz Arriola

Días santos para los creyentes, de reventón para los no creyentes y de ocio griego para nosotros los paganos (¡tres hurras por el Estado laico que permite a cada uno perseguir su idea de felicidad!). Días de pensar en la inmortalidad del cangrejo, en las tesis de Heidegger, en los aforismos del Tao Te Ching sin otro afán que ver la vida a través de la claraboya del camarote de nuestros prejuicios. Días para considerar cuestiones ociosas como, ¿tendrá sexo el corazón? Ese órgano encargado de bombear la sangre según la biología, y de hacernos sentir amor por otro según la cultura, ¿será un órgano sexuado? Porque hoy día, cortesía de los escáneres cerebrales, sabemos que nuestras cabecitas funcionan distinto: los hombres son de Marte y las mujeres de Venus (lo que significa que las viejas pensamos con la uña del meñique y los varones con la entrepierna), pero el músculo cardiaco, ¿ama distinto, ama más o ama menos según el pecho que lo albergue sea femenino o masculino?

La pregunta no es tan ociosa como parece: en un País donde la figura paterna está ausente en más del 50 por ciento de los hogares, mucho se alaba -y con justa razón- el amor de madre. A las madres de México -ya lo dijo Octavio Paz con maestría inigualable- no sólo se les equipara con los más sublimes misterios (guadalupano), con la más fundamental carencia (no tenerla) y la más altisonante ofensa (¡ingue-a-zu!). Pero comparar el amor de buenas madres con la irresponsabilidad de malos padres y de ahí concluir que las mujeres somos más amorosas que los varones es una falacia feminista que los caballeros han -sorpresivamente- permitido pasar por "verdad" durante demasiado tiempo. Sobre esta chafa comparación de "peritas en dulce" vs. "villanos de telenovela" se basa el maniqueo concepto de que los hombres son unos irresponsables, egoístas, desalmados, incapaces de ternura, amistad y/o sacrificio por sus hijos; mientras que las mujeres somos siempre dechados de acogedora y comprensiva calidez materna, dulces princesitas capaces de injertarnos en pantera si, y sólo si, peligra la vida de nuestros vastaguitos (obviamente quien así opina no ha visto una barata de Zara).

Pero la cara de la realidad es bastante distinta: mujeres capaces de metamorfosearse en arpías para herir, dañar y hasta matar a sus hijos hay tantas como varones (nomás asómense a la nota roja o a los escritos de Freud), y varones que admirablemente han sabido ser incondicionales e incluso suplir la ausencia de una...

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