Crónicas desde mi Cama / Lolitas Reloaded

El 25 de octubre se publicó la tercera parte de un choro que me aventé sobre este rollo de las Lolitas. Recibí un montón de correos electrónicos, la mayoría muy indulgentes, pero casi todos reclamándome que los había dejado medio picados con la historia esta de cuando fui a una escuela con un cliente a hacer el traka-traka pues, según me escribían, dediqué más letras a quejarme de los pederastas que a contar cómo estuvo aquello. A alguno nomás le faltó mentarme la jefecita, pero la mayoría simplemente me recomendaron que no dejara de ponerle candela al asunto, así que, atendiendo a sus sugerencias, me regreso, tomo vuelo y va recargada y remasterizada la versión de mi colegial aventura: No hay calma más perturbadora que la de una escuela vacía. Los mismos pasillos que de lunes a vienes son campos de batalla llenos de estrógeno y testosterona, los fines de semana respiran una tranquilidad exótica. Cómo la de un lugar que se prepara pa' lo que ha de venir cuando regresen los adolescentes.

Y allí estábamos, cliente y prostituta, cruzando un patio desnudo, escoltados por un conserje mustio que, sin decir más palabras que las indispensables, nos acompañaba a aquel salón al fondo, en el tercer piso, donde nos garantizó que podríamos estar tranquilos. Se alejó sonriendo, tal vez pensando sí lo que sucedería allí correspondía con el tamaño del soborno que, para guiarnos, cuidarnos y cerrar el pico, llevaba ya en el bolsillo.

Aprecio mucho al cliente con el que iba y, por no haberlo hecho nunca antes, llegué quizá tan entusiasmada cómo él, pues a mí, además, me iban a pagar. Cuando al fin el portero nos dejó solos, nos quedamos viendo cómo si acabáramos de conocernos o, cuando menos, cómo si nos conociéramos de siempre, pero recién nos hubiéramos descubierto.

Sonreí, me armé de valor y planté en sus ojos una mirada de "tómame, pero con cuidadito". Me llevé el dedo índice de mi mano izquierda a los labios e inclinando la cabeza, apoyé mi mano derecha en su pecho y le solté, casi al oído: "Pues sí, profe, aquí estoy, listísima para arreglarme con usted sobre ese examen que reprobé, pídame lo que quiera". Él no pudo contener una carcajada, pero sin responder me jaló de la cintura y apretándome contra su cuerpo, me besó. Al contacto, sentí en mi vientre, a la altura del ombligo, cómo él se endurecía e incrustaba en mi piel. Era un beso suave y firme, de esos que tantean sin invadir...

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