La Alcazaba/ La cultura del cambio

AutorLuisa Fernanda Cuéllar

Una organización es más que una sucesión de productos y servicios. Es también una sociedad humana, que como todas, se caracteriza por unas determinadas pautas de conducta, es decir, se diferencia de otras por una cultura. Cada compañía tiene su propio lenguaje, su propia versión de la historia, sus propios héroes, villanos y vacas sagradas.

Los rasgos y las complicaciones que las caracterizan sirven a los viejos empleados para reafirmar conductas, y al mismo tiempo funcionan para introducir a los nuevos miembros en aquellos aspectos distintivos de la identidad de las mismas, en sus normas de comportamiento, en lo apropiado, en lo rechazado y en sus redes de comunicación formales e informales.

A pesar de las diferencias, existen grandes similitudes en las culturas organizacionales contemporáneas, ya que la mayoría de las corporaciones nacieron y crecieron en los mismos ambientes de negocios, han sido sometidas a las mismas presiones y se enfrentan a un contexto común. El concepto dominante de hoy día es que existe una demanda insaciable gracias a la globalización. Por tanto, la primera meta que deben marcarse las empresas es no cometer errores al abordar un mercado que esperan tener cautivo y, para ello, se requieren administraciones en donde tanto trabajadores como dirigentes expresen más su ambición en términos de productividad que de políticas.

Podríamos preguntarnos por qué durante una larga época las personas a pesar de su decepción y disgusto, soportaron estar en las empresas donde laboraban. La respuesta es simple: seguridad. Ese concepto es incluido por Abraham Maslow en su jerarquía de necesidades. A cambio de esa seguridad, existía un trato: obediencia. Pero los dramáticos cambios en el mundo de los negocios forzaron a las compañías a realizar profundos ajustes en su cultura organizacional.

El despertar y posteriormente el incremento de las demandas de los consumidores fueron cruciales para precipitar una reacción en cadena. Los clientes se convirtieron en el número uno y a ellos no les importa en lo más mínimo la estructura organizacional, los planes estratégicos, ni las finanzas de la compañía. Ellos están interesados solamente en el valor de lo que adquieren. Un consumidor enfatiza y pone toda su atención en la calidad, no en el encanto de la cultura de la empresa que realiza el producto o proporciona el servicio.

La comunicación con los clientes tiene que ser intensa y personal. Requieren de seres humanos completos, que posean...

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