EN EL DEBATE / Conectados ¿para qué?

Ligia García Béjar

La comunicación es un derecho, un privilegio y una responsabilidad. Creer que podemos comunicar lo que sea es una trampa y un autoengaño. En esa creencia yace una desviación: la comunicación no está siendo movida por la cabeza y por el corazón.

A mí la comunicación me causa fascinación. La estudié y la sigo estudiando todos los días: la hago vida como profesora de universitarios desde hace más de diez años. A propósito de ser maestra de Comunicación, uno de los cambios de paradigma de los últimos años es la mudanza de identidad que ha sufrido la profesión comunicadora: hoy en día, cualquier persona es oficialmente un comunicador. Las redes sociales nos otorgan un micrófono público permanente. Nos dan voz y permiten generar contenido libre, sin restricciones aparentes, sin necesidad de pertenencia a un medio de comunicación oficial o a un grupo de poder específico. Todos tenemos la potencia de ser poderosos, omnipresentes, activos, opinativos y portadores de la verdad en cualquiera de las plataformas que usamos.

Regularmente, leemos cifras del contenido que generamos en las redes sociales. Por mencionar un ejemplo, cada 60 segundos se envían 20.8 millones de mensajes de WhatsApp, según Excelacom (2016). Todo al alcance de la mano las 24/7. Eso para mí es tener muchísimo poder.

El tema que me ocupa aquí con el poder y las redes sociales es el que dio motivo a mi primer párrafo: la responsabilidad. Más de alguna vez hemos escuchado en boca del Tío Ben de Spider-Man que "un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Dicen que Franklin D. Roosevelt inspiró a Stan Lee en esta frase. Platón decía que el poder malentendido y mal usado causa demagogia, desorden y fragilidad.

En la actualidad hay cuantiosos estudios sobre el impacto de las redes sociales en nuestras vidas. Pero más allá de la teoría, prevalece lo básico: el acto humano de comunicar, en el que el diálogo, la escucha, la atención hacia el otro, el respeto de uno mismo y de los demás, no pierden vigencia. Comunicar sin reflexión nos vuelve frágiles y desordenados como personas y como sociedad. El gran desafío de lo que compartimos en redes sociales es la ausencia de autorregulación y ésta sólo se consigue cuando nos conducimos con madurez, con criterio: con responsabilidad.

No hay estudio formal sobre el uso de redes sociales que no concluya con el peligro de perder la empatía hacia nosotros mismos y hacia los demás. A fuerza de estar "conectados" todo el tiempo...

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