El día que incendiaron el llano

AutorJosé Israel Carranza

Las ruinas de lo que fuera la hacienda de Telcampana, en San Gabriel, Jalisco, se levantan sobre el valle que, al atardecer del 23 de junio de 1923, vio avanzar la procesión que traía el cuerpo de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, asesinado por la espalda a causa de un pleito de tierras en el potrero de La Agüita, en su hacienda de San Pedro Toxín.

"Mandaron a un mozo a San Gabriel para que avisara que habían matado a Don Cheno y que prepararan todo para cuando llegara el cortejo", relata Virginio Villalvazo Blas (San Gabriel, 1933), historiador y periodista que ha dedicado buena parte de su vida a recoger los testimonios de los lugareños en torno a la vida y la obra de Juan Rulfo.

"Ese mozo consiguió bules de agua para venir a Telcampana a esperar el cortejo, y se vino con él Severiano, el hijo mayor de Don Cheno. Entonces llegaron a Telcampana con uno de los administradores y le dijeron: 'Fíjate que mataron al patrón y lo traen ahí por el llano, nomás que quiero que me ayudes a ver por dónde crees tú que se pueden venir, por el camino de Totolimixpa o el de Alista'".

En la espera, Severiano Pérez Rulfo, por entonces de unos 10 años de edad, se encaramó a un lienzo de piedra para ver a lo lejos, y al cabo de un rato distinguió un fulgor insólito en la parda caída de la tarde.

"Ahí estaba viendo para todos lados, desesperado, cuando de repente les dice: '¡Allá se ve un resplandor!', y los otros dos: '¡Ah, carambas!'. Ya a cierta distancia vieron que traían el cuerpo del hacendado, cerca de 300 gentes que se venían aluzando con hilachas enredadas en palos, con ocote y petróleo, y venían rece y rece y cantando letanías. Entonces el muchacho, Severiano, arranca y se va a la camilla donde traían a su padre, tirado por dos mulas, y lo abraza, llorando.

"Entonces lo agarra el administrador, lo quita de ahí y se abrazan. Se llamaba este señor Adelaido Rosas, y los muchachos lo querían mucho. Y le dice: '¡Vámonos, vámonos a San Gabriel'. Siguieron el camino con sus teas encendidas, pero llegando, como ya había luz eléctrica, fueron apagándolas. Cuando llegaron a la casa de Don Cheno fue una cosa tremenda, porque la mamá de Juan y de Severiano y de los otros dos chicos (Eva y Francisco) se desmayó, y a los niños les ha de haber quedado muy grabado ver a su padre ahí muerto y la esposa abrazada al cuerpo. Una cosa muy dramática".

Conforme pasaron los años, Severiano se empeñó en recordarle a su hermano menor aquella visión del llano iluminado por la luz...

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