Disfruta ser 'oveja negra'

AutorSilvia Isabel Gámez

MÉXICO.- A Pedro Cervantes le obsesionan los caballos y las mujeres. Sus formas poseen la mirada, las manos y el corazón del escultor. Después de 50 años, aún no logra controlar su apetito.

"Sin querer, estoy viendo a una mujer y me imagino cómo será sin ropa. Es el hambre visual; sí, es un hambre".

Nació en la Roma, el 2 de octubre de 1933. Creció entre 12 mujeres, pero sólo una figura tutelar: Leonarda Ríos, su abuela paterna. A su lado modeló, siendo niño, un caballito de barro. "Ahí nació una vocación. La etimología es vocare, un llamado interno. Quería hacer tangible, palpable, lo que había soñado: una escultura".

A los 18 años dejó su casa sin un peso en el bolsillo. Ya era asiduo a los cabarets de la Merced y algunas "crisálidas nocturnas" le hacían un lugar en su cama.

"Nos íbamos al Cortijo; era amigo de las muchachas, las hadas extraviadas, obreras del amor. Primero no me cobraban el baile, luego tuve una novia que me invitaba la copa".

Ingresó a la Academia de San Carlos como oyente, y algunas noches dormía ahí, y otras en el hotelito al que iban las muchachas.

"Tuve suerte", dice sonriente. Primero trabajó como caballerango en la Hípica Andaluza, después junto a un merolico, Elpidio, al que cargaba la maleta y la víbora, luego como diseñador de zapatos de tacón alto.

Su primera exposición, en 1958, fue de cerámicas y terracotas policromadas; ninguna se vendió. Ha tenido poco trato con galeristas y le huye a los dealers, que le exigen comisiones del 50 por ciento.

"No sé cómo he logrado no vender el alma", dice.

En la actualidad, cotiza alto su trabajo, pero no se libra de que le pidan descuento.

De su biografía surge un hombre enamorado. Sólo se posee a una mujer, dice, cuando se le hace una escultura. Sus figuras femeninas no tienen rostro, pero reconoce cada cuerpo.

Toma el café con mucho azúcar. Suelta cada dos frases una leve carcajada. Y antes que un adiós, prefiere un hasta pronto.

"Soy Libra, un signo maravilloso, preocupado por el equilibrio, y eso a veces se vuelve neurótico: llego a una casa y si veo un cuadro que está chueco, lo enderezo, no puedo evitarlo".

Dibujante, pintor y escultor en pequeño y gran formato, heredó su gusto por las palabras de su padre, Pedro Cervantes, fundador de revistas taurinas. Anota reflexiones, vivencias. Cuando cumplió 50 años se preguntaba por qué no era feliz; ahora agrega: "La felicidad es una planta que se marchita y se muere cuando nace, pero a veces renace, y es redonda".

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