Eduardo Caccia / Caleidoscopio en París

AutorEduardo Caccia

Llegué a París y no todo es luz. Por acá está la sede de la Unesco, donde hace unos días el gobierno mexicano votó en contra de que se reconozca el vínculo del pueblo judío con uno de sus lugares santos, el Monte del Templo, en Jerusalén. A la cuestionable posición de México hay que añadir la lamentable destitución del embajador mexicano ante la Unesco, Andrés Roemer, un hombre capaz que ha tenido que pagar injustamente los platos rotos por la torpeza de sus superiores. Por si fuera poco, se ha desatado un linchamiento social en contra del ex representante mexicano, que en poca medida atañe al asunto de la votación en la Unesco y es más bien la expresión de un preocupante sentimiento de odio (schadenfreude es el placer derivado del infortunio ajeno).

La naturaleza humana ha cambiado poco con el paso de los siglos. Es el mismo París del odio religioso que terminó en la masacre de San Bartolomé, asesinato en masa de protestantes durante las guerras de religión en el siglo 16. Es esta la capital que hace unos meses experimentó el extremismo religioso musulmán en forma de terrorismo. La intolerancia es una materia latente en el ser humano, a veces basta el discurso explosivo de un fanático que a través de una inyección de miedo detona el lado oscuro de la gente.

Lo saben los parisinos, su secreto mejor guardado es su volátil clima. Contrario a Londres, del clima parisino no se habla. Por su lado luminoso, es fácil enamorarse de París. Escribo desde el Petit Palais, emblemático museo de la capital francesa. Si tengo suerte y tiempo, espero visitar la tumba de Carlos Fuentes en Montparnasse, también la de Porfirio Díaz y la de Julio Cortázar. Tres figuras de mi devoción. Mientras camino por estas calles centenarias es inevitable pensar en Rayuela, en los recorridos parisinos de Horacio Oliveira y sus encuentros con La Maga, especialmente al cruzar el Pont des Arts que, como viejo bonachón, tiene unos kilos de más, por culpa de los enamorados y de la literatura. El puente luce repleto de los "candados del amor". Miles de parejas "sellan" su compromiso atorando un candado en los puentes de París, luego arrojan la llave al Sena. Se cuenta que la costumbre inició por la novela Tengo ganas de ti, del italiano Federico Moccia, donde una pareja de enamorados coloca un candado en el puente Milvio, en Roma. De unos años para...

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