Eduardo Caccia / Cómplices de sangre

AutorEduardo Caccia

Hace unas semanas, Sara Sefchovich, a quien tengo en alta admiración, escribió una columna dolorosa ("¡Nos equivocamos, Presidente!", 7 de junio de 2020, El Universal), muy relacionada con el tema central que expresé el domingo pasado en este espacio editorial: el ser humano delinque hasta donde pueda justificar una buena autoimagen.

De esta racionalización nos cuenta la autora de ¡Atrévete! Propuesta hereje contra la violencia en México, obra en la que exhorta a las mujeres de casa, madres, abuelas, hermanas, esposas, a actuar en contra de las acciones ilícitas de sus hijos, nietos, hermanos y esposos, para poner un alto a la violencia y escapar del riesgo de muerte que implica una actividad delincuencial. La hipótesis no era descabellada dada la influencia matriarcal que tenemos en México, parte de un tejido social no roto, al contrario, sumamente amarrado y resiliente, en el que la figura materna es uno de los pilares.

Sara acepta que se equivocó y, dice, junto con ella el presidente de la República al tener la misma apuesta, la exhortación amorosa y reflexiva a las madrecitas mexicanas. Testimonios recientes evidencian que la mayoría de las mujeres no sólo no están dispuestas a detener la carrera delictiva de sus familiares, sino que la justifican y racionalizan en función de los beneficios que obtienen. En otras palabras, la apuesta era que la propia familia destruyera la autoimagen del delincuente al mostrarle su oposición. Esto no sucedió, al contrario "...los beneficios eran tan importantes para ellas, que estaban dispuestas a perder a sus hijos, con todo y el dolor que eso les causaba". Esta justificación del delito es muy fuerte, explica por qué vemos a familias enteras delinquiendo, desde la madre de un jefe de cártel hasta la madre de un funcionario que acepta ser prestanombres.

La situación pone de manifiesto una severa crisis de valores sociales en el país. También explica que la justificación del delito llega a niveles de crear símbolos religiosos de veneración entre ciertos grupos, como la figura de Jesús Malverde, salteador de caminos del siglo XIX, al que se le da trato de santo. Por cierto, fue conocido como el "bandido generoso", una representación del arquetipo del "justiciero social" al estilo Robin Hood; personas que cometen un ilícito bajo un argumento justificatorio. De hecho, en el imaginario narrativo, el astuto...

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