Eduardo Caccia / Kamprad, el sueño

AutorEduardo Caccia

Tuve un sueño esclarecedor. En medio del sinsentido y el caos que suelen acompañar al subconsciente, encontraba una solución a los problemas de México, nos conquistaba Ingvar Kamprad en lugar de Hernán Cortés. No es que prefiera hablar sueco sobre el español, no, pero en mi aventura onírica fui capaz de una proeza genética: extraje ADN de Kamprad y lo injerté en la clase política mexicana.

La historia de Kamprad es notable. Su empresa está en la lista de las cadenas de comida más grandes de Estados Unidos, el año pasado sirvió 150 millones de albóndigas. Su catálogo, fuente de inspiración para muchos, tiene un tiraje de más de 100 millones de ejemplares en casi 30 idiomas. No es restaurantero ni editor, pero está convencido de que la felicidad es un modelo para armar, y además viene dentro de una caja plana.

A los 17 años tomó las iniciales de su nombre, las de su granja, Elmtaryd, y las de su pueblo natal Agunnaryd, para formar un acrónimo que hoy es motivo de estudio en incontables escuelas de negocio. IKEA, el gigante de los muebles para armar y accesorios para el hogar (restaurante incluido), recibió 522 millones de personas en sus más de 300 tiendas alrededor del mundo, y vende cerca de 30 mil millones de dólares anualmente, nada mal para el sueco que comenzó vendiendo cerillos cuando tenía 5 años.

En IKEA se respira la filosofía de Kamprad, quien a los 87 años anunció que se retira del consejo, pero seguirá activo. Aquí es donde decidí crear políticos mexicanos transgénicos, una raza mejorada con las características de uno de los hombres más ricos del mundo, cuyos principios y creencias han servido de pilares para más de 120 mil colaboradores. (Hay otros que nada más son los más ricos).

Kamprad piensa en las mayorías, pero no es demagogo ("luego te explico", le dije a Andrés Manuel). Acercó el buen diseño y precio asequible a millones de personas, apostó por ver a la multitud en lugar de concentrarse en satisfacer al segmento de mayores ingresos. Cree en el trabajo duro y en la ética (varios funcionarios públicos levantaron la ceja, por algo escogieron la política). Es austero y cuida los costos obsesivamente, no maneja autos de lujo ni despilfarra (Granier no entiende, se le bloquea una arteria). Predica con el ejemplo, máxima de su liderazgo. Es humilde, "pocos han cometido tantos errores como yo" (ahora es Calderón...

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