Eduardo Caccia / ¡Llamen al antropólogo!

AutorEduardo Caccia

Lo vi, no me lo contaron. Pistola en mano, cadena dorada al cuello, mocasines con emblema de marca italiana, caminó entre la gente arrastrando una bolsa de plástico negra (presumiblemente llevaría un cuerpo victimado), la barba era postiza y la mirada retadora, sus ojos penetrantes quemaban como el peor de los sicarios. Intento describir el horror, la desgracia en una estampa que habla de la descomposición social en México. Describo a un niño de unos 6 años, disfrazado de sicario, que fue grabado en un centro comercial (supuestamente) de Mazatlán.

El hecho, propagado en redes sociales, causó indignación en mucha gente, de la misma forma que el sistema inmunológico del cuerpo reacciona vomitando lo putrefacto. No debería sorprendernos. Desde hace tiempo hay señales que advierten cómo la apología del delito (en juegos, canciones, rituales) está cambiando los modelos aspiracionales de niños y jóvenes. Hace 4 años describí en estas páginas el dibujo infantil de un niño de 8 años en el que proyectaba qué quería ser de grande. Pintó un sicario con un armamento cuyo detalle era impactante, además usó un sobrenombre para firmar su creación, con objeto de no ser identificado como el autor.

Cuando los gobernantes hablan de los resultados de la lucha contra la violencia y la inseguridad, nos dan cifras. Se nos comparte el qué pasa, pero casi nunca el por qué pasa. Aunque el presidente López Obrador reconoce en sus dichos que hay que atacar las causas de la criminalidad, se queda en un nivel muy superficial al creer que a través de sus programas sociales está cambiando los incentivos de miles de jóvenes para entrar a las filas del delito, ya no se diga cuando expresa que serán las madrecitas de los delincuentes quienes les pondrán un alto. No le haría mal a la estrategia gubernamental contra la criminalidad (si es que hay una), añadir una nueva visión para entender el fenómeno.

Muchas empresas, en su afán por conocer a su consumidor, hacen investigaciones de mercado y se jactan de tener un montón de datos, todos cuantitativos: cuántos entran, cuántos compran, cuánto gastan, cada cuándo; pueden incluso predecir tendencias y establecer patrones por día, por semana, por mes, por año. Lo que no pueden decir sus números es por qué sus consumidores se comportan así. Ésta es la razón por la cual los llamados laboratorios de neuromarketing se quedan cortos. Las...

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