Eduardo R. Huchim / La alta vara de la esperanza

AutorEduardo R. Huchim

La escena fue, para mí, emotiva, inolvidable.

La tarde desfallecía en la plaza grande de la nación y enmarcaba una ceremonia sincrética de la pluricultura mexicana. El humo del copal se elevaba desde varios incensarios, acompañado de música prehispánica. Un representante de los pueblos indígenas se arrodilló ante el naciente Tlatoani y dijo quién sabe qué cosas en su lengua, con la voz quebrantada por la emoción.

La escena no podía quedarse en sumisión. Evidentemente conmovido, el poderoso receptor de 30 millones de votos se arrodilló también, para emparejarse con el indígena, y así, ambos de hinojos, el naciente Tlatoani recibió un crucifijo con flores en un acto que, junto con las invocaciones a la madre Tonantzin-Guadalupe, ha de haber causado un levantamiento de cejas de los defensores a ultranza del Estado laico.

El mensaje fue poderoso: ya no más los indígenas marginados -al menos no por el gobierno, al menos no en la intención-, ya no más mirados desde lo alto del poder, sino como mexicanos iguales a los demás. Constitucionalmente, la toma de posesión había acontecido horas antes en San Lázaro, pero la toma del poder tuvo lugar en ese momento en el Zócalo. Porque ahí, y seguramente en muchas latitudes de la nación, se solidificaron la complicidad, la simbiosis, la imbricación entre gobernante y gobernados.

Aquello puede ser visto como una teatral representación cuestionada incluso por otros grupos indígenas, pero también como un símbolo que junto con otros -apertura de Los Pinos, venta del avión presidencial, desaparición del Estado Mayor- evidencia el fin de la Presidencia imperial, como la ha llamado Enrique Krauze, por más que en la discrepante sociedad mexicana haya quienes perciban su reforzamiento. La toma de posesión del cargo de Presidente fue el sábado 1 de diciembre por la mañana, pero desde cierta perspectiva, la toma del poder fue por la tarde de ese día.

Un poder que algunos temen sea autoritario y abata a la democracia, un poder populista que lleve a la ruina al País, un poder retrógrado que conduzca al México de los años 60-70.

A diferencia de esa visión, para otros muchos la nueva Presidencia es, sobre todo, esperanza. Tanta corrupción, tanta muerte, tanto dolor, tanta pobreza, tanta burla han llevado a grandes porciones sociales a la desesperación y el hartazgo. Contra ese conjunto de infortunios se ha pronunciado el nuevo Tlatoani y ha ofrecido exterminarlo o al menos frenarlo. Y al decirlo una y...

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