Elisa Legorreta / Peras al olmo

AutorElisa Legorreta

Pedirle peras al olmo, tratar de regar sin agua o cantar sin música, pretender respirar sin aire, hablar sin palabras, trazando círculos cuadrados. O que tal vez pudiera una semilla crecer sin agua o un ave volar sin alas, un pez nadar sin cola, una persona amar sin alma, un animal vivir sin vida. Pensar que pudiera existir un día sin sol, un tiempo sin devenir y un ir y venir sin trascendencia. Y así veces me sorprendo pensando por qué nosotros, quienes somos los únicos en este mundo entre las peras, los olmos, las aves y los peces, que pensamos, ¿por qué acabamos, nosotros seres pensantes, pensando y no sólo pensando sino queriendo tantos y tantos absurdos en nuestro pequeño mundo? Unas veces siendo hombres queremos ser gallos y nos encaramamos a los techos y gritamos, otras corremos cual caballos y saltamos, otras nos arrastramos cual serpientes y nos viboreamos unos a otros con la lengua.

Unos comen tanto y se agrandan tanto, que más que espíritus encarnados parecen carnes engordadas y más que usar el cuerpo para sobrevolar por el mundo aquí se ancla y aquí se quedan. Otros por andar tan rodeados de cojines, casas, cosas, lujos, tanto trabajan para tenerlos que para arriba no pueden ver, sólo aquí abajo, aquí nada más es donde ven. Absurdo. Otros corren, nadan, brincan, se ejercitan, se cuidan, se peinan, se arreglan... está bien, pero ¿sólo eso? ¿tan sólo eso? Otros quieren como leones en la selva dominar, ser los mejores siempre, los del mando, aplastan, dan zarpazos, hacen lo imposible por estar encima siempre. Hay a quienes el dinero embrutece y viven para él y por él: se convierte en la razón de sus vidas, en el motor de sus actos, en el móvil de sus amistades, de sus proyectos. Todo gira en relación a él. Entonces su ser se empequeñece, no está programado para eso.

Pero hay otros que saben bien quiénes son. Se saben pequeños dioses, amados desde siempre, por alguien superior, para algo superior, saben que su vida no puede acabar aquí. Sospechan con una alegría interior inmensa, a veces incontenible, que su vida no acabará aquí, como la de una mosca cualquiera. Cuando sienten alegría, un rato de gozo, de dicha, sienten deseos de que se prolongue más tiempo, si fuera posible siempre.

Lo sabemos tú y yo, lector querido. Sabemos que hay algo grande dentro de nosotros. Que nos hace ser supremos, que nos hace...

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