Enrique Krauze / La palabra diálogo

AutorEnrique Krauze

Frente a la mesa donde se llevó a cabo uno de los actos más dramáticos y significativos que he atestiguado, recordé otro movimiento que exigía un diálogo público, y otro Presidente que, a diferencia de Calderón, se rehusó aceptarlo. No otra cosa queríamos los estudiantes del 68 y nuestros líderes: diálogo. Que nos escuchara y escucharlo. Pero Gustavo Díaz Ordaz estaba psicológica, política y moralmente imposibilitado para concederlo. El sistema, por lo demás, estaba construido en torno a la verdad oficial y al monólogo presidencial. De haberse dado en el 68, el diálogo hubiese sido difícil, tenso, prolongado; pero el diálogo, estoy cierto, nos hubiera ahorrado la matanza de Tlatelolco.

El diálogo del Alcázar de Chapultepec no nos devolverá a los 40 mil muertos, pero gracias a la iniciativa del Movimiento por la Paz tal vez les dará un nombre y un sitio en la memoria pública. La voz de los deudos -que exigió ese homenaje mínimo- se escuchó con toda su gravedad. Todos contuvimos la respiración durante el mensaje inicial de Javier Sicilia -poeta que la tragedia ha vuelto profeta- exigiendo al Presidente pedir perdón por las víctimas. Junto a Sicilia estaba el valeroso Julián Le Barón. Con su típico sombrero de palma, su pantalón de mezclilla y camisa a rayas, este hombre de pocas pero contundentes palabras exigió que no se ofenda con mentiras y vaguedades la memoria de su hermano muerto. Y sin embargo, como prenda de su evidente bondad y buena fe, invitó al Presidente a unirse a la Caravana de la Paz que el Movimiento emprenderá hacia el Sureste.

Otros muchos parientes de hombres y mujeres sacrificados (civiles, policías, militares) tomaron libremente la palabra, unos con vehemencia, otros con discreción, todos con ponderación, inteligencia y dignidad. Salvador Campanur, indígena purépecha de Cherán, abrió su intervención en la lengua de sus ancestros y desde esa autoridad histórica hizo una vindicación razonada de los usos comunales de autodefensa. Teresa Carmona, que guardó silencio en la sesión, caminaba por la sala como un ángel, abrazando la fotografía de su hijo muerto. Acaso el testimonio más desgarrador fue el de doña María Herrera, madre de cuatro hijos "levantados", desaparecidos o asesinados en Guerrero y Veracruz. Su reclamo fue letal. Su rostro de infinita desolación, sus ojos que han llorado mares, su grito desesperado son la imagen fiel de esta tragedia.

El Presidente hizo lo que debió haber hecho desde hace tiempo: escuchar...

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