Enrique Krauze / Hasta siempre, Pete
Autor | Enrique Krauze |
"Necesito hablar con Pete", pensé el pasado 24 de junio. Hacía tiempo que no sabíamos de él. Fui a los estantes, busqué sus libros. Rastreé el correo más reciente que intercambiamos. Era de un año atrás. "En este tiempo espantoso -me escribió- con un peligroso ignorante en la presidencia, pienso en ti cada vez más. Pero ya ves, me limitan varios 'problemas de viejo': diálisis tres veces por semana, un marcapasos latiendo ahora en mi pecho, y mi cumpleaños el próximo 24 de junio (fecha que comparto con ¡Lionel Messi!)". Mi intuición tenía que ver con su cumpleaños, pero había algo más. Una urgencia. De inmediato escribí a su esposa Fukiko Aoki. "Sí, Pete quiere hablar con ustedes. Organicemos una reunión por Zoom: 28 de junio a las 11:30".
Ahí estuvimos Andrea y yo, frente a la pantalla. Fukiko como siempre, discreta, gentil e imperturbable, le tomaba la mano. Y Pete estaba también, delgadísimo, casi en los huesos, pero con una inmensa sonrisa. "Cuánto le debo a México, cuánto me dio México. Nunca podré olvidar mis años allá: los llevo conmigo". Hablaba pausadamente, con una gravedad inusual. Sentíamos y sabíamos que era una despedida. Murió la mañana del 5 de agosto en un hospital de Brooklyn, su ciudad natal, a los ochenta y cinco años de edad.
El obituario de Pete Hamill en New York Times tuvo centenares de comentarios. Leí la mayoría. Eran como ramos de flores dejados a la puerta de su casa. Representaba algo invaluable e irrecuperable del alma de Nueva York, algo contrario a la prisa y la rudeza, la vieja dignidad irlandesa hecha de calor humano, honestidad, trabajo, solidaridad, fortaleza y humor. ¿Cómo resumir en una línea su extraordinaria vida? Director de periódicos, reportero de buena cepa, novelista, biógrafo, memorialista y ensayista, escribió sobre todo y sobre todos: la guerra de Vietnam y Sugar Ray Robinson, los barrios pobres y la condición de los afroamericanos, Sinatra y John Lennon. Su universo era Nueva York, pero en su corazón reservó siempre un sitio para México.
Pete vivió en México entre 1956 y 1957. En una conversación pública que tuvimos en 2013 en Nueva York, explicó el sentido de esa experiencia: "México nos infundía un sentimiento inmediato de liberación. Barría con todas nuestras certezas anglosajonas y nos hacía darnos cuenta de que no nos definimos por ser estadounidenses, sino como seres humanos". México era un puerto de libertad...
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