'Es una mentira'
Autor | Katia Diéguez |
Las manos se tensan aunque intenta disimular los nervios; junto a él hay sólo hombres. Las paredes amarillentas están llenas de humedad y el cuarto se llena de olor a viejo.
Al llegar, como se vuelve costumbre, sólo espera el momento de salir y dejar de escuchar los testimonios de otros hombres que, como él, son homosexuales y acuden a ese retiro religioso a las afueras de la Ciudad para ser convencidos de que sus preferencias sexuales están equivocadas, y que deben reprimir cualquier deseo, acción o pensamiento.
Juan Francisco Padilla tenía 18 años cuando, por exigencia de su madre y sus hermanas, comenzó a ir a retiros religiosos y terapias con psicólogos cristianos para revertir su homosexualidad. Alrededor de él, la gente estaba convencida de que padecía una enfermedad.
En poco tiempo se incorporó a las terapias de conversión de la clínica Venser.
"El lugar parecía prefabricado y sentía que cada cosa estaba acomodada para juzgarte, como si se esforzaran por ser amigables, pero no lo eran", relató Padilla.
Durante una hora o más, tres veces por semana, el joven se sentó frente al psicólogo para hablar sobre sus deseos sexuales, la relación con sus padres y cualquier trauma o situación complicada en su familia que pudiera explicar su homosexualidad.
Criticaron su manera de vestir, le prohibieron hablar con quienes estuvieran a favor de la homosexualidad, le recomendaron besar mujeres, lo obligaron a hablar de temas que él no quería, pero sobre todo, le contaban a su mamá lo que se trataba en las sesiones, pese a las promesas de confidencialidad.
En los retiros religiosos y apostolados de Courage también hubo prohibiciones, la intención era vivir en castidad, orar con frecuencia, presenció exorcismos y le recomendaban pellizcarse o golpearse ligeramente cada que le atrajera otro hombre.
"Lo triste es cuando te enteras de un chavo que venía de Monterrey cada 15 días a terapia se ahorcó, o una chava que era de aquí, cercana a la zona metropolitana, se decidió empastillar", contó.
Durante tres años, Juan Francisco acudió a las terapias, retiros y a los grupos. Aseguró que fue manipulado psicológicamente, y vivió un ambiente de chantaje y culpa.
Aunque su familia lo obligó a asistir, reconoció que ellos también fueron víctimas de la falta de información y las falsas promesas de "curación". Entonces, decidió fingir y se convirtió en un supuesto caso de éxito.
"A mí no me daba miedo pensar que me iba a suicidar (...), porque sabía que yo no...
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