De esencia italiana

AutorÁngel Rivas

Justo cuando en Estados Unidos la prohibición del alcohol estaba en su etapa más dura, en México las tierras de Tijuana estaban por dar fruto.

Ahí, nació L.A. Cetto.

México fue el paraíso de los vinos durante el virreinato, ya que tras la llegada de los evangelizadores españoles se cultivaron vides en regiones con los microclimas idóneos para el desarrollo de la planta.

Sin embargo, la corona española impidió el desarrollo de esta industria por la fuerte competencia que empezó a tener con los productos ibéricos.

Como consecuencia el cultivo y la calidad de los vinos fue mermada durante siglos. Esa fue la razón por la que la vitivinicultura mexicana permaneció con una modesta producción.

Durante el siglo 20 fue reactivada en un inicio por inmigrantes italianos y rusos.

Ahí es donde entran los sueños de Angelo Cetto, que inició con una vinatería en Tijuana.

En 1926 llegó de Italia a México y ocho años después tuvo la oportunidad de adquirir la primera parcela con viñas, llamada La Escondida, que darían origen a la vinícola.

"El primer viñedo que tuvimos está cerca de Tecate. Es de temporal, no necesita riego, y es de uva Zinfandel.

"Ese vino cuando se degustó en Estados Unidos tuvimos muchos aplausos, hasta un periodista de Nueva York vino a constatar de donde venía", recuerda Luis Agustín Cetto, hijo de Angelo, y quien llevo las riendas de L.A. Cetto desde 1951 hasta mediados de los años 1990.

Él tuvo la visión de comenzar a cultivar en el Valle de Guadalupe, zona que actualmente congrega a muchas de las bodegas mexicanas. En 1965 unió a su equipo al enólogo italiano Camillo Magoni, quien ha supervisado la realización de todas las etiquetas hasta la fecha.

Fue entonces que la apuesta por variedades de uva fina para vino, la implementación de tecnología y el estudio de la adaptación de las cepas en suelos mexicanos empezó a cobrar vida.

Para esos años, la tercera generación de la vinícola hacía sus pininos en la empresa.

"Estaba en los días de vacaciones de la escuela cuando mi abuelo me agarró y me dijo 'ya estuvo bueno de vacaciones y es hora de trabajar'. Me llevaba a una vinatería por las mañanas y cuando llegaba alguien a comprar vino le ayudaba a cobrar, él me pagaba con dulces y para mí fue parte de un juego", revela Luis Alberto...

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