Evocan sueños

AutorOmar Magaña

Quidam conjuga todos los sueños de todas las noches.

El espectáculo que Cirque du Soleil estrenó anoche es un pasaje onírico de dos horas en el que, paradójicamente, hay que tener los ojos bien abiertos para no perder cada uno de sus detalles.

Es el mundo que encierra el sombrero que Quidam, que el hombre sin cabeza dejó en manos de una pequeña quien en el arranque, e intermitentemente, canta con una voz que a ratos recuerda a Björk.

La gracia está en la rica variedad de actos, a veces felices y cómicos, como aquellos en los que un mimo interactúa con el público y los provoca a sacar su lado infantil, y otros en los que predominan los tonos oscuros, la música melancólica y los movimientos lentos y precisos de la danza contemporánea.

Cirque du Soleil presume con este espectáculo, el segundo que la compañía trae a la Ciudad, de un gusto por los actos clásicos del circo mundial y la estética de las bellas artes, entre ellas la música, que aquí tiene un peso importantísimo, la danza y la actuación.

En la primera parte del show los actos se basan más en el uso de herramientas, como el círculo metálico que un hombre mantiene siempre en equilibrio, o el momento en que casi todos los acróbatas salen a escena para jugar a brincar un sinfín de cuerdas que se entrecruzan.

La segunda mitad es, quizá, más introspectiva con actos mucho más corporales y con alto nivel de precisión, aunque está nuevamente el...

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