Federico Reyes Heroles / Memoria y futuro

AutorFederico Reyes Heroles

Todas las naciones tienen heridas. Algunas de profundidades insalvables. Pensemos en la antigua Yugoslavia. En Ruanda, en Sudán. Diferencias raciales, religiosas, étnicas, políticas. Debilidad institucional, ignorancia, pasiones desbocadas, ausencia de tolerancia. La mezcla es explosiva. Con frecuencia las divisiones son inevitables. Pero las naciones no pueden dividirse al infinito. Sería caer en la autodestrucción, en la ofrenda en beneficio de la voracidad de los otros. Más aún en un mundo global. Por ello en todo Estado-nación existe un principio primario de unidad. Mentar la unidad para negar las diferencias, en el extremo, puede ser profundamente autoritario. Fomentar la división, suicida.

Los Estados Unidos vienen de una fragmentación histórica entre norte y sur que lentamente han logrado superar. Allí la división racial o mejor dicho el racismo era, hace apenas medio siglo, en la primera potencia del mundo, un asunto legal, de todos los días. Los odios entre irlandeses, católicos y protestantes, con cientos de muertos detrás, apenas van encontrando una vía de solución. Muchas heridas nunca sanan, simplemente dejan de supurar. Muchos españoles siguen llorando la Guerra Civil, pero aceptan la España de hoy. La nueva herida se llama ETA. Los franceses tienen tensiones severas con sus inmigraciones. La violencia no ha estado ausente.

Qué decir de Sudáfrica o de Nicaragua con su reciente guerra fraticida, o de Guatemala o de China con la Revolución Cultural o en su relación con el Tíbet. Medio Oriente es una palabra que en sí misma ya conlleva la idea de confrontación, violencia, muerte. Argentina o Chile con sus cruentas dictaduras, recientes en la historia, no son la excepción. La lista no acaba. Las heridas entre naciones también conforman un inacabable expediente. Pensemos en Hitler cruzando el Arco del Triunfo en París. ¡Quién viera al Presidente francés y al canciller alemán abrazándose! ¿Acaso ya se olvidaron los horrores de hace medio siglo, puede el genocidio ser olvidado en los Países Bajos o en Polonia, hoy importante socio comercial de Alemania? Por supuesto que no. Pero la vida prevalece. Nunca cancelar la memoria, pero no ser su esclavo es la opción.

¿Quién tiene la razón? En algunos casos los asuntos parecieran claros: cómo aceptar la opresión, la tortura, el asesinato, qué decir de los Gulags en la Unión Soviética, de los hijos de las madres de la Plaza de Mayo o de los horrores chilenos. Pero en otros casos, además de...

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