La Gaceta del Charro / Deudores diversos

AutorGermán Dehesa

Escribo esto en el Periférico. La vida urbana ha vuelto a su anormal normalidad. Aquí nadie se mueve. Quiero dar públicas gracias al transparente AMLO que me ha permitido disfrutar de este tiempo de inmóvil y tibetana quietud periférica. Voy precisamente a su Tercer Informe, así es que vengo de traje y corbata. Me siento huevo de Pascua, impresión que me confirman los conductores y conductoras de los autos vecinos que me miran como si fuera Humpty Dumpty. En lo que llego al cívico acto (si es que llego), hago un minucioso examen de conciencia y reconozco que estoy en deuda con dos cibercorresponsales (y los que se acumulen).

A una entrañable lectora le tengo que decir que es más que probable que no le haya yo concedido el debido respeto y seriedad al suicidio del globalifóbico coreano. Obviamente no me expresé con corrección; pero quiero puntualizar que hoy entiendo mejor que nunca por qué la tragedia griega evitaba mostrar en escena el acto de morir. Lo que ahí ocurre es invisible, íntimo, respetable y misterioso; de ahí quizá mi molestia ante el exhibicionismo oriental y sobre todo, ante el más amarillo exhibicionismo de la televisión mexicana (de la iniciativa cancunera de erigirle un monumento al suicida, prefiero no hablar). Señora: si en algo la ofendí, perdón.

Viene luego el correo de Don José Sotomayor que está francamente enojado conmigo. ¿por qué supone que todos los priistas somos una suerte de partida de ladrones, mentirosos, rateros y demás?, me pregunta. No sabría qué contestar. Nunca he pensado eso. Tengo tantos y tan decentes amigos priistas y tengo tal aversión a las generalizaciones, que no tengo palabras. Ahora, si de lo que se trata es de hablar de un organismo que fue (y sigue) secuestrado por una pandilla de mafiosos (Aldana, Bartlett, Gamboa, Beltrones, Echeverría, Salinas, Madrazo, R. Deschamps, Gordillo, por nombrar a algunos) y que, merced a este secuestro, entró en fase de corrupción medular que ya ha contagiado al cuerpo político de México; entonces sí, me sobran las palabras y me propongo seguirlas empleando. Pero, Don José, mi bronca no es con usted y le aseguro que no tengo el menor elemento para dudar de su decencia. ¿Qué le voy a decir a mis hijos?, me pregunta usted. Dígales que los mando saludar y que su padre me resulta enteramente respetable.

He estado pensando en ti, me dijo el aguzado y elegante Enrique Strauss, director de Canal...

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