Gaceta del Charro / Fin de cursos

AutorGermán Dehesa

Esto ya lo conté, pero haré un veloz repaso para todos aquellos que andaban en la baba. Sucede que estaba yo en el palco de los Pumas tragando dirigibles que es lo que normalmente suelo hacer en mis ratos libres y hasta en mis horas de trabajo. Para decirlo pudorosamente: suelo andar en la taruga. Ahí me sorprendió el gran Sam Bigotes que en realidad se llama Ambrosio Velasco Gómez y es Doctor y toda la cosa y es muy buena persona. ¿Por qué no regresas a dar clases a tu facultad?, me preguntó; porque no tengo tiempo, respondí; lo buscamos; estoy hasta la cachucha de chamba; no importa... y fue así como regresé a mi populosa y añorada facultad. Nunca imaginé que de lo que se trataba era de impartir una cátedra sobre Borges a 140 caperuzos cuya preparación humanística era enormemente desigual. Mi primera moción fue ponerme exquisito y por eso pensé en aplicarles un examen de admisión que me permitiera quedarme con un máximo de 20 alumnos. A punto de hacer esto se me aparecieron Justo Sierra, José Vasconcelos y Javier Barros Sierra. Ellos me recordaron la condición hospitalaria y ecuménica de la UNAM. Para muchos de esos 140 chavos, ésta era una oportunidad ideal para tener un primer encuentro, lo más pulcro que se pudiera, con Jorge Luis Borges. El problema y el reto no debía de ser para ellos, sino para mí que tenía, si me consideraba maestro, que encontrar un lenguaje divertido y accesible para acercarse con rigor a ese minotauro bonaerense y universal que es Borges.

Si lo logré o no lo logré, no me toca a mí dictaminarlo. La palabra, la entera palabra, la tienen mis caperuzos que se avinieron alegremente a ser puntuales, a no faltar a su clase, a estarse sosiegos, a no introducir comidas rápidas al aula, a preguntar lo que les pasara por la cabeza y a disfrutar de la aventura de irse convirtiendo en verdadera gente de letras y no vagos sin futuro. Ellos dirán si todo esto se cumplió y valió la pena.

El caso es que hoy martes es la última clase y yo ando como la llorona, como tumba sin sosiego y no me calienta ni el inexistente sol de esta ciudad que parece...

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