La Gaceta del Charro / Sigue temblando

AutorGermán Dehesa

El 19 de septiembre de 1985, a la hora del temblor, su Charro Negro, según su admirable costumbre, dormía profundamente. No era el caso de la Tatcher quien, a la sazón, aromaba mi vida con su buena inteligencia y mejor compañía. Su condición de mujer, su programa genético, la hacía levantarse diariamente a unas horas totalmente indignas de la condición humana (dicho sea de paso, yo no sé qué tanto le averiguan a las fallas en el rendimiento académico de nuestros chipotines; en cuanto las clases comiencen a las once de la mañana, ustedes verán la espectacular mejoría). Ya en mejor ocasión nos detendremos en el misterioso asunto de los brutales madrugones que se acomodan las féminas, casi siempre para comenzar a aplicarse cosméticos y cremas anticelulíticas; el caso es que el día del temblor, entre la Tatcher y las últimas sacudidas telúricas, mi sueño fue interrumpido violentamente. En el radio estaba Jacobo Zabludovsky haciendo, no sé si la mejor, pero la más adolorida y emocionada de sus reseñas. Con esa voz comenzaron la inquietud, el espanto, la alarmada comprobación ciudadana de que estábamos gobernados por puros enanos inútiles y la admirable voluntad de hacer algo por nosotros mismos, por nuestros muertos y por nuestros vivos. Al recordar todo esto, siento un agridulce orgullo comunitario y retrospectivo. Si el 68 nos había inquietado hondamente, el 85 transformó esa inquietud en la plena aceptación de nuestra condición ciudadana y de las responsabilidades que ésta implica. En esas condiciones, yo me impuse dos tareas: ayudar en lo que fuera posible y fijarme muy bien en lo que estaba pasando. Por esto puedo decir que hoy, a 20 años de distancia, un considerable número de los sobrevivientes de aquel desastre somos personas más útiles y más lúcidas que lo que éramos antes de que ocurriera aquella catástrofe que puso en evidencia la irresponsabilidad, todavía sin castigo, de todos aquellos que festinaron y se beneficiaron con la edificación de construcciones enormemente frágiles e incapaces de resistir un sismo en plena zona sísmica.

Quizá sea hora de leer o releer "La Peste" de Albert Camus para entender que es en los grandes azotes colectivos cuando los seres humanos ponen en evidencia su capacidad de heroísmo, o su capacidad de cobardía e ineficiencia. Cuando la peste termina, la mayoría de los ciudadanos sobrevivientes vuelven a su primera condición de egoísmo...

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