La Gaceta del Charro / Zona cero

AutorGermán Dehesa

Vivir en el caos. Creo que todavía están por evaluarse los costos sociales, psicológicos y patológicos provocados por las obras del segundo piso concebido y pensado (eso espero) por Andrés Manuel. Me dicen que, en un plazo relativamente breve, todo será maravilloso; pero así nos dicen siempre a los mexicanos. Cuando nos dijeron cosas como aguántenle tantito y váyanse preparando para administrar la abundancia, o ya con este tratado estamos a las puertas del primer mundo, todos sabemos cómo nos fue. Supongamos que no es el caso actual; de cualquier modo, de poco me sirve un futuro luminoso si el presente está de tal modo tenebroso. Para que veas el tamaño del daño, piensa, lectora lector querido, que yo vivo (si esto es vivir) a unos metros del centro mismo de la zona cero en la confluencia de Avenida San Jerónimo y el Periférico. Soy prisionero de la vialidad. Ya me cansé de querer ir para acá o para allá y, una vez tras otra, dar la media vuelta y retornar al hogar descompuesto y mentando madres. Y si sólo fueran las obras del segundo piso, pero combínenlas con las manifestaciones, los cierres de avenidas, los accidentes, los conductores y conductoras babotas, los ambulantes que serpean por todas partes y comprenderán por qué la zona cero funciona como si fuera la zona del primer impacto de una piedra que cae en las aguas y que forma de inmediato ondas concéntricas que se van extendiendo y pueden llegar a abarcar toda la República. Es pavoroso.

Jamás olvidaré un lunes de este mes en el que me tardé más de 30 minutos en regresar de la estación de radio donde trabajo que queda a escasas 10 cuadras de mi casa. Llegué derrengado, pero con la ilusión que da el fin de la jornada y la muy grata expectativa de juntarme con selecto grupo a ver el futbol americano del lunes por la noche. No contaba yo con mi familia política. Sucede que hace algunos años, para tristeza general y particular orfandad del Bucles, mi suegro murió. Un cuñado mío, acomedido y de excelente memoria, recordó la fecha y decidió, ¡cómo se lo agradezco!, organizarle a su padre una luctuosa misa de aniversario. Para ello no se le ocurrió mejor cosa que escoger para la ceremonia una iglesia que está ¡en Polanco! Lo supe y sentí como un vahído. En condiciones normales, hubiera yo tramitado por vía diplomática una dispensa; pero sucede que ese lunes en particular mis...

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