Guadalupe Loaeza/ Bailándole a la vida

AutorGuadalupe Loaeza

Con todo cariño para José Luis, padre e hijo.

Siempre que solía ocuparme de extranjeros que venían de visita a México, generalmente de nacionalidad francesa, la primera cosa que les proponía era ir a ver el Ballet Folklórico de Amalia Hernández. Por lo general, asistíamos los domingos por la mañana. Recuerdo que conforme avanzaba el magnífico espectáculo, muchos de ellos me susurraban al oído: "Qu'est que c'est jolie!" Era evidente que lo que admiraban por el colorido y el movimiento de los bailarines, a pesar de que les era totalmente ajeno, no podía dejarlos indiferentes. Todo lo contrario. Estaban emocionadísimos ante la manifestación artística, realizada con tanto arte, de la historia de todo un pueblo. Un pueblo lleno de tradiciones. Un pueblo con historia. Un pueblo que había pasado por una Revolución dolorosa, pero llena de vitalidad. Ver y escuchar, en un contexto tan espléndido como es el teatro de Bellas Artes, todo esto a través de nuestras danzas y nuestra música, resultaba para los franceses algo espectacular. Todo, todo les gustaba. Todo lo encontraban de buen gusto y hasta sofisticado, a pesar de que se trataba de danzas tan sencillas. Todavía tengo muy presente sus expresiones de admiración, cuando veían, por ejemplo, "La Danza del Venado". Entonces su silencio se volvía sumamente respetuoso. Se hubiera dicho que estaban ante un ritual. Cuando finalmente llegaba el momento en el que el bailarín, tocado con una magnífica cabeza de venado de enormes cuernos, caía al suelo por una flecha mortal, vi a muchos de estos turistas estremecerse, como si lo que acababan de ver hubiera sido, en efecto, la cacería de un bellísimo animal que lo único que quería era su libertad.

Recuerdo que se conmovían de la misma manera cuando veían la "Boda del Istmo de Tehuantepec". La novia se veía preciosa toda vestida de blanco, con su cabeza cubierta por un chal inmaculado y descalza. El novio, con su camisola y pantalones también blancos en algodón, parecía un príncipe salido de una leyenda maya. En este baile tan romántico, acompañado por una música que parecía venir del cielo, solamente había dos toques de color. El ribete color guinda o dorado, ya no me acuerdo, del sombrero del novio y el enorme listón rojo carmín que aparecía sobre el suelo. El reto del novio para conquistar a su enamorada consistía en que tenía que hacerle un moño nada más con sus pies desnudos. Una vez hecho, se lo ofrecía dándole un beso. "C'est magnifique!", insistían...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR