Guadalupe Loaeza / Ciudad turística

AutorGuadalupe Loaeza

Qué contento se veía Miguel Angel Mancera ayer en el Museo de la Ciudad de México. No era para menos, con una sonrisa de oreja a oreja, firmó ante un público sumamente nutrido (en el museo no cabía ni un alfiler), la declaratoria de "prioridad de la actividad turística como política del gobierno". El que también estaba loco de contento con esta iniciativa era Miguel Torruco, secretario de Turismo del gobierno del Distrito Federal.

Enhorabuena por este acontecimiento el cual podríamos llamar sin hipérbole como histórico. Si algo le hace falta a nuestra ciudad (pobrecita, a veces la advierto tan abrumada y rebasada, por tantos cambios en todos los órdenes) es precisamente una política turística más moderna y agresiva. ¿Cómo es posible que viviendo en una de las ciudades más grandes del mundo, en donde existen tantos museos, parques, monumentos, galerías, hoteles de cinco estrellas, murales, magníficos restaurantes, centros comerciales de primer mundo, un Centro Histórico cuyos edificios e iglesias datan del siglo XVI, un extraordinario Templo Mayor, colonias residenciales antiquísimas, una arquitectura única, un clima excepcional y una envidiable seguridad, no tengamos un buen nivel de turistas internacionales? Hace años que no me topo con visitantes franceses, canadienses o belgas, paseándose por las calles de Coyoacán o de San Angel Inn. ¿Dónde están los autobuses turísticos llenos de viajeros de Estados Unidos que solían visitar, felices de la vida, la Plaza Garibaldi? ¿Por qué ya no me encuentro, como solía sucederme en los setenta, con grupos de personas de la tercera edad de diferentes partes del mundo, encabezados por un guía y visitando, por ejemplo, las salas del Museo de Antropología o el Rufino Tamayo? Ahora, cuando voy a restaurantes típicamente mexicanos como la Fonda del Recuerdo, la Hacienda los Morales, el Café de Tacuba, la terraza del Hotel Majestic o la Hostería de Santo Domingo, ya no me encuentro ni con turistas alemanes ni holandeses ni españoles, ni mucho menos ingleses. ¿A qué viene tanta nostalgia? A que cuando era recién casada, nada me gustaba más que ser la guía de todos los familiares de mi ex familia política que venía de Francia. Con qué orgullo los llevaba desde la legendaria y maravillosa Zona Rosa, hasta la Basílica de Guadalupe, pasando por la Alameda de Santa María. Lo que más me entristece es que desde hace muchos años ya no han regresado. Sé que han venido a México, pero que han llegado directamente a...

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