Guadalupe Loaeza / 'Jacarandosas'

AutorGuadalupe Loaeza

En los sesenta, ser una niña bien "jacarandosa" no era muy bien visto. Significaba que se trataba de una joven demasiado de-sen-vuelta, desenfadada, alegre y por añadidura, súper coqueta. Sus minifaldas eran demasiado cortitas, combinadas con blusas muy apretaditas, abotonadas, para lucir las bubis, hasta el tercer botón. Su maquillaje era también too much, los ojos desmesuradamente pintados y la boca particularmente carnosa pintada en tonos rojos nacarados. Estas niñas eran las que iban a bailar de cachetito al "Jacarandas", el night club más liberal de la época. "Esa niña no te conviene, es excesivamente 'jacarandosa'", aconsejaban las mamás más conservadoras a sus hijos.

De alguna manera, estas señoras tenían razón. No hay nada más atractivo y seductor que una jacaranda muy "jacarandosa", es decir en flor. Carlos Pellicer se refería a su color de una manera muy poética: "Hay azules que se caen de morados". Desde hace unas semanas, tenemos el privilegio de vivir en una ciudad que se cae de morada por el azul de sus jacarandas. Gracias a ellas y mientras las admiramos a lo lejos, nos olvidamos de los baches, de la contaminación, del ruido y hasta del tráfico. Si transitamos por la colonia Roma o Condesa nos queremos detener cada cinco minutos para tomar fotos a las maravillosas jacarandas. Lo que más extraño de cuando Enrique y yo vivíamos en Plaza Río de Janeiro es la enorme jacaranda cuyas ramas todas floridas llegaban hasta el interior del departamento. Era tan jacarandosa que me quería comer sus flores, cortarlas y hacerme una corona, como si fuera la reina de la primavera. Cuando caían al suelo, formaban sobre la banqueta un tapete azul-lila que parecía que de un momento a otro se elevaría hasta el cielo. En Polanco, también hay muchas jacarandas, pero para nada son como las de las colonias Roma y Condesa. Estas seguramente las mandó plantar, a principios del siglo 20, el ex Presidente Plutarco Elías Calles, enamorado por los cerezos en flor de Washington que, al igual que las jacarandas, estallan cada primavera en racimos apretados en la punta de las ramas. Por esta razón le pidió asesoría al jardinero japonés Tatsugoro Matsumoto. "El clima mexicano no es benéfico para esos árboles tan delicados", le contestó. Poco tiempo después su hijo, Sanshiro Matsumoto, llegó a México para buscar a su padre, quien vivía...

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