Hacen de puentes su casa

AutorCristopher Sainz

ENTRE CARTONES

Cuando el Sol saluda a la Metrópoli, el ruido de los camiones y el bullicio de la gente dan la pauta a Felipe Martínez Lara para comenzar un nuevo día.

Por la noche, cuando el ruido del tráfico ofrece una tregua, sabe que es el momento de ir a su "recámara", hecha de cartón, para descansar y quizá olvidar los motivos por los que vive bajo el puente de Vallarta y Patria.

"Mis papás se murieron y yo me quedé con mi papá abuelo, pero él me pegaba, me aventaba botellas a la cabeza, me maltrataba, por eso ya no quería vivir ahí", refiere, con dificultad para hablar.

Confunde tiempos. Dice que tiene 26 años, pero su aspecto denota que tiene unos 10 más.

Tiene en orden sus cosas: vasos lavados, bolsas de azúcar acomodadas en fila, una zona de artículos de limpieza, ropa y zapatos apilados y su entorno barrido.

Posee dos teléfonos sin servicio que revisa continuamente. Para ir al baño acude a una gasolinera; para darse un regaderazo, una llantera le permite hacerlo dos o tres veces por semana.

Su mayor preocupación son las lluvias y la comida, pues depende de la caridad.

"Yo vivo contento, estoy bien gracias a Dios, aquí no me maltratan, no me pegan y como sea siempre tengo algo qué comer", afirma.

AMO DEL JARDÍN

A unos metros de Los Cubos, sobre Avenida Vallarta, vive José. Su hogar está bajo el puente, a un costado de los carriles que van de poniente a oriente.

A simple vista parecería que los carros pueden salpicar su cama cuando llueve; sin embargo, los tres años que lleva ahí le han dado las coordenadas exactas para poner su cama en el lugar más seco.

Dice que tiene cuarenta y tantos años, es de Michoacán, y vivió 20 años en los Estados Unidos. Trabajó de jardinero y albañil, pero cuando regresó ya no tenía familia y su alcoholismo no le permitió construir finanzas sanas para comprar una casa.

Vende latas de aluminio que recolecta durante el día y con eso compra comida que, afirma, cocina muy bien.

"Yo aquí cocino, compro mi pollo y ya sé en qué restaurantes tiran a la basura salsas muy buenas y limpias, voy en la madrugada y me traigo para prepararme y hacerme mis guisados", dice.

La gorra que porta se mueve de su sitio y deja ver varias heridas en su cabeza. Explica que una fue por un choque y otra por unos batazos que le pusieron, ambas durante episodios etílicos en su pasado.

Su mejor recuerdo desde que llegó a vivir ahí es que una mujer, también...

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