Jesús Silva-Herzog Márquez / Guadalupanismo constitucional

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Hace ya un poco más de 100 años, Emilio Rabasa detectó uno de los problemas fundamentales de nuestra vida pública: no hemos aprendido a leer la Constitución. Leer la Constitución no es simplemente unir las letras de su texto, sus palabras, sus párrafos, fracciones, incisos. Es entender su sitio, ubicar la función que desempeña en el régimen de la moderación política y la eficacia democrática. En La constitución y la dictadura, una de las poquísimas obras de reflexión política mexicana que merecen el calificativo de clásico, Rabasa criticó el texto de la Constitución vigente pero, sobre todo, criticó su lectura. La ley de 1857 le parecía la prescripción de la anarquía. Por eso mismo obligaba a los gobernantes a su infracción: deseando libertad, la Constitución provocaba dictadura. Pero debajo de la denuncia de lo que consideraba ingenua mecánica liberal se desarrollaba una crítica aún más profunda y más vigente: la Constitución no se ha configurado políticamente como regla porque la adoramos como símbolo. La Constitución es un emblema antes que ser norma. La perversión no es inocua. Tratar a la Constitución como reliquia es invalidarla como norma. Para respetar a la Constitución hay de dejar de venerarla.

Dos tipos de veneración constitucional son perceptibles en nuestra vida pública. El primero es un tic de nuestro reformismo. El instinto del cambio es insertarse en la Constitución para apuntalarse. Tal parece que en México no hay transformación que valga que no implique un cambio al texto de la Constitución. El reformismo es constitucional o no es. Se trata de un curioso impulso de consagración. Desmerece cualquier reforma que no alcanza grado constitucional. El reflejo se alimenta, desde luego, en la sospecha: resguardar el cambio de la reacción de las mayorías ocasionales. Pero, como hemos visto en los últimos lustros, pocas cosas tan efímeras como un párrafo de la Constitución mexicana. El pluralismo no ha detenido sino, sorprendentemente, ha atizado esta manía. La Constitución ha cambiado más en tiempos de gobiernos divididos que bajo el régimen de partido hegemónico.

La pretensión de este impulso es petrificar las decisiones del instante: el efecto es convertir la Constitución en papel desechable. Así, la Constitución se ensancha constantemente. Se expande hasta cubrir los detalles más nimios de nuestra organización política. Todo ha de estar ahí, alcanzar ese sitio. Las reformas recientes en materia de telecomunicaciones son, por...

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