La historia por descubrir

AutorJuan Gustavo Cobo Borda

¿Qué encuentro en la relectura de Cien Años de Soledad? La perfección de su trazo y el habitual embrollo de sus Aurelianos y Arcadios trastocando sus caracteres, de algún modo, desde la cuna misma. Pero la riqueza de episodios, el golpe de gracia con que resuelve un destino -muere el Coronel Buendía orinando contra un castaño, asciende a los cielos Remedios la Bella- confirma la justa observación de Gabriel García Márquez: "Si le creen a la Biblia, por qué no creerme a mí".

Suspensión de la incredulidad, por supuesto, y la distancia de 40 años para comprender el condolido sentir. Lo miserable de esa saga arrolladora donde la fecundidad exuda su derroche por todas partes -los 17 Aurelianos no censados, animales que paren sin tregua en la abundancia azarosa del juego y la rifa -y finalmente, polvo, ruina y nada. El prófugo volverá al redil. La parranda se trocará en elegía, y el aspirante a Papa se convertirá, quizá como la gran pintura de Fernando Botero (1970), en melancólico travesti de bigote y camisón.

En fin. Como lo dice mejor el propio García Márquez en su entrevista con Armando Durán (1968): "Toda buena novela es una adivinanza del mundo", y quizá su propósito inicial, como se lo reveló a Claude Couffon (1968), también era muy sencillo: "Ahora pienso que lo que me interesaba en mi novela era sobre todo contar la historia de una familia obsedida por el incesto y que, a pesar de todas las precauciones tomadas por varias generaciones, terminaba por tener un hijo provisto de una extraña cola de cerdo".

Pero la novela de la abundancia ilímite, de lo descomunal, que busca poner a ese núcleo aislado del mundo en contacto con los inventos que ayudan a vivir, se caracterizará también por su sabia ironía.

"Con la temeridad atroz con que José Arcadio Buendía atravesó la sierra para fundar Macondo, con el orgullo ciego con que el coronel Aureliano Buendía promovió sus guerras inútiles, con la tenacidad con que Úrsula aseguró la supervivencia de la estirpe, así buscó Aureliano Segundo a Fernanda sin un solo instante de desaliento" (p. 258, en la edición de Mondadori, 2004, por la cual cito). Pero esa hazaña tendría un resultado fatal: se cierra la aventura y se inicia el formalismo. La expansión se convierte en paulatina entropía: "el círculo de rigidez iniciado por Fernanda desde el momento en que llegó terminó por cerrarse completamente, y nadie más que ella determinó el destino de la familia" (p. 263). No llamar las cosas por su nombre, fingir...

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