Homero Aridjis / Días de diccionario

AutorHomero Aridjis

Comparto con Ilan Stavans su amor por los diccionarios. Y como él, podría casi novelar mi relación con ellos, sin quitarle originalidad a su sabroso libro Días de Diccionario (UNAM, 2006). Creo que no sólo la historia de un escritor es la historia de su contacto con los diccionarios, en este caso, con el lenguaje. No sólo eso, también es la historia de una literatura.

Comienza Stavans explicando a su hijo que las palabras están en su cerebro, todas nadando juntas en un océano gigantesco, y cuando las necesitas, salen a flote rápidamente. Pero la diferencia entre los escritores de España y los de Hispanoamérica estriba principalmente en que los escritores españoles han nacido hablando su idioma, y nosotros, los hispanoamericanos, tenemos que aprenderlo en la vida cotidiana, en los libros, y dentro de los libros, en los diccionarios. Mas la relación íntima y estrecha de un escritor con los diccionarios formaría parte de la práctica cotidiana de su literatura, por ser las palabras básicamente sus instrumentos indispensables de trabajo.

Aunque uno de los primeros diccionarios consultados por mí, por su fácil adquisición, fue el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, yo podría fechar en mi obra cuándo descubrí a don Antonio de Nebrija (el gramático capital nacido en la antigua Nebrissa Veneria actualmente llamada Lebrija), no sólo al toparme con su Gramática de la Lengua Castellana (1492), sino también con su Vocabulario de Romance en Latín, ese diccionario publicado en Sevilla en 1516. De allí pasé al insustituible, espléndido Tesoro de la Lengua Castellana o Española, de don Sebastián de Covarrubias Orozco, capellán de Su Majestad, y, lamentablemente, consultor del Santo Oficio de la Inquisición. Este Tesoro no solamente me fue útil para aprender el significado antiguo de las palabras, sino también para leer historias, y, de paso, entretenerme leyendo anécdotas tanto religiosas como clásicas, de manera que Covarrubias no sólo vale por el lenguaje, sino por el pensamiento de la época a la que perteneció.

El Diccionario de Autoridades (1726), edición facsímil en tres volúmenes, con sus muchos ejemplos en verso, ha sido mi libro de cabecera, como lo es el Diccionario Crítico Etimológico de la Lengua Castellana de Joan Corominas, respecto al cual recuerdo que en los años sesenta todo escritor mexicano que se dignara conocer la historia de las palabras tenía que poseerlo. Por fortuna, en 1966 yo pude comprar en Nueva York...

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