Entre el honor y la vanidad

AutorVirginia Bautista

Un honor, un espacio dónde exhibir su trabajo, el medio óptimo para acercarse al público o un acto de generosidad del creador al donar su obra, algo circunstancial y hasta "una verdadera lata".

Así definen los artistas plásticos Alfredo Zalce (1908), José Chávez Morado (1909), Luis Nishizawa (1918), Manuel Felguérez (1928), José Luis Cuevas (1934), Guillermo Ceniceros (1939) y Vladimir Cora (1951) el significado de que un museo lleve su nombre.

Los pintores aceptan que hay algo de vanidad en haber aceptado o buscado esta distinción, que antes se solía conceder sólo a los grandes artistas, y la mayoría de las veces después de muertos.

Pero agregan que decidieron aceptar después de vencer sus sentimientos encontrados porque el nombre que tengan estas instituciones es lo de menos. "Lo importante es lo que ofrecen al público, el contenido, la propuesta y la categoría que conserven".

Rechazan tajantemente que logren de esta manera inmortalizar su nombre. "El museo puede cambiar en el futuro de razón social o simplemente morir. Lo único que perdurará es la obra: por eso, lo más importante para un artista es crear, producir, trabajar".

Sueño de unos, reconocimiento para otros e "imposición" en el caso de Zalce, la década de los 90 de la centuria pasada vio nacer estos proyectos en cuya realización convergen tanto el deseo de los artistas o sus esposas como la "voluntad política" de Presidentes y Gobernadores de hasta dos sexenios.

Lo que sí es claro es que, independientemente de la razón de su surgimiento -que en la mayoría de los casos es a propuesta de un Gobernador-, para la subsistencia y el mantenimiento de estos recintos es necesaria la participación de las instituciones culturales de los tres niveles de Gobierno.

Y, según la experiencia que narra cada artista, la oferta de los foros es más rica y variada entre más al pendiente de sus actividades esté el homenajeado. La mayoría pretende convertirlos en centros culturales completos, no sólo en lugares de exhibición de su obra.

La semilla de estos museos dedicados a autores vivos -cuya característica especial es que alberguen un número significativo de obras del creador que les da su nombre- la sembró el oaxaqueño Rufino Tamayo (1899-1991) en la Ciudad de México en 1981.

El Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo se inauguró entonces, en vida del pintor, con el patrocinio del Grupo Alfa y la Fundación Cultural Televisa en un terreno cedido por el Gobierno federal. Y desde 1986...

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